miércoles, 23 de noviembre de 2011
Fernando Villavicencio - Ecuador: El retorno de los cadáveres insepultos
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Ecuador: El retorno de los cadáveres insepultos
17-12-2010
“La esperanza es como la sal no engorda pero da sabor al pan”
Fernando Villavicencio
Dos mil cuatrocientas palmas agitaron el ambiente, cuando el Presidente
Rafael Correa, cerró su informe a la nación, pidiendo amnistía para el gerente
del neoliberalismo, prófugo de la justicia, Alberto Dahik. Tres años atrás ya
lo hizo para su padre espiritual, Gustavo Noboa; simultáneamente, los
tribunales de justicia controlados por él, levantaron la orden de prisión
contra Jamil Mahuad, responsable del salvataje bancario, hoy profesor de ética
económica en EEUU.
Cuando escuché amnistía me acordé de las creativas escenas de la democracia
común, perdón, de la delincuencia común: la gresca callejera, el pueblo se
arremolina, la policía llega, el cuento, el chisme, mientras a dos cuadras, los
panas están asaltando la joyería. La oposición boquiabierta y hasta algunos
paisistas no salen del asombro, el país anda enchufado al tema, mientras nadie
se preocupa de los negociados y la corrupción que ahoga al sector público.
Con la llegada de la democracia a inicios de la década de los ochenta del
siglo veinte, se estrenó la película el retorno de los muertos vivientes, en la
cual salían de sus tumbas, olorosos seres descompuestos en busca de alimento;
pese al maquillaje y a los efectos especiales, por cada grito de susto, la
cinta provocaba un rosario de risas y hasta la compasión del espectador.
Treinta años después, el Presidente Rafael Correa, inspirado en la aludida
comedia de terror, con su bronco humor del siglo 21, acuñó la expresión
“cadáver insepulto”, al ex Presidente Osvaldo Hurtado, homologando el término a
los demás representantes de la denominada “partidocracia”, que han morado desde
entonces en la morgue de la democracia, acusados de ser los creadores de la
maloliente Teoría Económica Zombie (TEZ), más conocida en los cementerios
occidentales como neoliberalismo.
Nadie logró escapar del fuego sentencioso de su verbo: Febres Cordero,
Blasco Peñaherrera, Sixto Durán, Alberto Dahik, Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad,
Fabián Alarcón, Gustavo Noboa, Lucio Gutiérrez, muertos de pelo alto y hasta
muertos de medio pelo, todos bien muertos bajaron a acompañar la tumba de
Osvaldo Hurtado.
Cual orden de Thule, la revolución correísta levantó del sepulcro al Ché,
para testimoniar el sello definitivo e histórico del sepulcro neoliberal, para
que luego el legendario guerrillero, pueda morir para siempre, en paz. Chávez
hizo lo propio con Bolívar, pero se llevó una gran sorpresa al encontrar el
cadáver del héroe antiimperialista, cobijado con la bandera del imperio
británico.
Del Carchi al Macará, del Pacífico al Curaray, todos los géneros y todas
las especies instruidas en las sabias lecciones del “escolar ecuatoriano”,
festejaron el fin de la prehistoria, el guiño encantado del cambio, la Patria
compartida en 14 milloncitos de pan.
Los tecnócratas jóvenes de la teoría zombie, jamás descendieron al mausoleo
junto a sus progenitores, permanecieron al frente de los negocio del Estado,
mutados en zurdos camaleones; aprendieron rápido “hasta siempre comandante”,
siguieron cursos intensivos de socialismo para principiantes, en las escuelas
de RIUS, PCE, PSE, MIR y demás cofradías busca puestos. Así, mientras duraba el
efecto narcótico de la pócima revolucionaria, ellos ejecutaban eficientemente
el proceso postergado durante décadas. Solo hay que repasar el manual del CONAM
del gobierno de Sixto Durán Ballén, y podrán decir, trabajo cumplido. La
diferencia es imperceptible, ahora en vez de yankee go home, se dice chinese
wellcome.
El cuerpo del poder correista, donde se cuecen los grandes negocios:
petróleo, electricidad, telecomunicaciones, aduanas, obra pública y los
estelares mandos del Estado, se han mantenido infestados de correligionarios,
parientes, amigos, amantes, afectos, socios, accionistas, áulicos y cortesanos
del funeral populista y neoliberal de los últimos treinta años:
febrescorderistas, democristianistas, sixtistas, dahiksistas, roldosistas,
mahuadistas, gutierristas, noboistas, alarconistas, velasquistas, opusdeistas,
y unos cuantos izquierdosos, decorando el marco teórico y tendiendo alfombra
roja al paso de la corte.
El efecto de la morfina populista empieza a ceder, el sepulturero del
cambio se apresta a abrir todas las tumbas, de todos los insepultos, para que
se levanten como lázaros, y miren, aprendan y aplaudan la obra completa,
pensada desde la derecha y ejecutada con la izquierda, bien hecha, en nombre de
todos, con equidad de género y derechos de la naturaleza, sin machismos,
musicalizada con sonetos de la nueva trova en tercera edad. Tercos somos los
ecuatorianos, seguiremos cantando: “cincuenta revoluciones en cincuenta años
tenemos, como no han sido bien hechas hasta acertar las haremos”.
En el siglo diecinueve el valeroso impugnador de tiranos, bogotano y
alfarista, José María Vargas Vila, en su obra “La muerte del cóndor” pintó la
tragedia de su pueblo en los rostros de los “cadáveres insepultos” eternizados
en el ataúd de la historia. Los tiempos pasan pero a veces como que no pasan,
se repiten crueles, con otros nombres, pero solemnemente infames, como nos
recuerda Vargas Vila a la falaz revolución o regeneración de Núñez en Colombia:
“No iluminan como los sabios; pero engañan como los farsantes. No son una
revolución, sino un trastorno. Todo lo derriban, y no edifican nada. Es un
pillaje, no un gobierno. No saben qué quieren, ni para dónde van. Aquello es:
la locura de las medianías, la embriaguez de las nulidades, el desenfreno del
crimen. Esta agrupación híbrida, que como un miasma pestilencial, se ha alzado
de la corrupción de todos los partidos; esta avalancha de hombres de todos los
bandos, que ha caído sobre la República, como esas invasiones de bárbaros, que
todos los cuatro puntos del horizonte cayeron un día sobre Roma, ni es un
partido, ni tiene bandera, ni obedece a principios, ¿De dónde ha surgido? De
abajo del fondo de todos los partidos. Hombres y tendencias, todo ha brotado de
la sombra. Grupo genesíaco, en que todos han salido de la nada no sabiendo
quiénes son, de dónde vienen, ni para dónde van.”
Varios Autores - El Discreto Encanto de la Revolución Ciudadana
Fascismo en Ecuador / Política
Napoleón Saltos, Fernando Villavicencio, Christian Zurita y Luis Aráuz - El discreto encanto de la Revoluci...
Napoleón Saltos, Fernando Villavicencio, Christian Zurita y Luis Aráuz - El discreto encanto de la Revoluci...
Este trabajo es una cortina descorrida, una mirada por la rendija o por el ojo de la cerradura de la caja fuerte del poder, de aquel “mundo del supramercado, el mundo opaco del poder sobre la economía, en donde no rigen las leyes del mercado, sino la voluntad, la fuerza del poderoso; formas de acumulación violenta y acelerada, es el de la reproducción ampliada del gran capital”, como dice Napoleón Saltos al citar a Giovanni Arrighi.
Hay cosas que no van a gustar: abundan las citas molestas y reveladoras de palabras que se dijeron, y de denuncias que, hasta el momento, se las ha llevado el viento. Estos datos producirán acidez estomacal, comezones y urticaria, indignación y asco; pero, sin duda, despertarán conciencias y movilizarán voluntades. Sin embargo, los protagonistas principales, amos y señores del escándalo, expertos en la puñalada trapera contra los intereses de la nación han tenido siempre piel de rinoceronte o cocodrilo y, a lo largo de la historia de su dominación, su reacción ante las denuncias ha sido la amenaza, la represión o el manto de silencio y olvido sobre todo aquello que les incomoda.
Resulta indispensable conjugar la palabra listo en tiempos revolucionarios: Yo soy listo, él también a veces es listo -aunque no tanto como yo-, algunos otros también son algo listos, y todos los demás “se dejan robar por el ojo tuerto”.
Eso es, a grandes rasgos, lo que ha ocurrido a lo largo de nuestra historia. Los primeros “listos” llegaron de Extremadura y de Castilla, de Cádiz y de Sevilla. Después, llegaron de todos los lugares imaginables, porque siempre fuimos y aún somos un territorio de conquista.
“Poderoso caballero es don dinero”. La expansión implacable del mercado mundial ha sido el marco de esta su búsqueda frenética, en la que se han expresado los complejos de inferioridad de la mentalidad colonial, para la que el tener ha sido siempre más importante que el ser: el enriquecerse como sea equivale a la compra de indulgencias de los cristianos temerosos y arrepentidos de sus pecados, ávidos de alcanzar el paraíso o escapar a los horrores del infierno; a los cambios de apellidos y la compra de ridículos títulos de nobleza de los criollos de la época colonial en su esfuerzo desesperado por blanquearse; al arribismo eterno de los que siempre han mirado con devoción hacia afuera, productos exquisitos y portadores devotos de la razón colonial de turno.
Nuestra riqueza ha sido nuestra condena: oro, plata, tributos de indios, petróleo, cascarilla, gas, campos de labranza más que generosos, tagua, caucho, madera, agua, biodiversidad, sol, oxígeno, fuerza de trabajo barata, rendidora y abundante. “Hacer la América”, enriquecerse y progresar ha sido siempre el objetivo de curas doctrineros, soldados de fortuna, funcionarios inescrupulosos, piratas, fulleros de garito, cuenteros y estafadores, soldadotes y politicastros, ingenieros y doctores, abogados, contratistas, tecnócratas y planificadores. Con la Independencia y la fundación de la República, los criollos asumieron el control total de los negocios de la antigua colonia y organizaron el nuevo Estado a su imagen y conveniencias, disputándose a sangre y fuego la propiedad sobre indios y haciendas, y haciendo de la defensa irrestricta de los intereses extranjeros una verdadera profesión de fe.
Por eso, si se quiere establecer el carácter de clase de un gobierno en nuestra sociedad burguesa, no es necesario mirar únicamente sus relaciones con los grupos empresariales conocidos o tradicionales: los bancos, los exportadores, industriales, importadores, etc.; es indispensable mirar también cómo se articulan con los nuevos grupos emergentes, con los aventureros de vieja y nueva data, los gerentes de empresas estatales, los abogados de bufetes prestigiosos y de los otros -que al final sirven para lo mismo-, los intereses transnacionales; y, además, las relaciones de todos estos personajes con cierto mundo académico, generalmente privado, que despliega sus oropeles de mercadotecnia y pirotécnicas verbales y los relacionistas públicos que los legitiman a cada instante.
El botín más apetecido en las últimas décadas -“las joyas de la corona”-, han sido los recursos naturales, a los que se suman las áreas económicas en las que aplican las tecnologías de punta: la biodiversidad y la venta de servicios ambientales. Es allí donde la acumulación originaria es más acelerada y la reproducción ampliada prácticamente inmediata del capital. En esos nuevos negocios y no sólo en los viejos, es donde los añejos poderes están en pugna con los poderes emergentes, que se los disputan a dentelladas o llegan a acuerdos para repartirse las migajas que dejan las transnacionales, empresas a las que sirven con la devoción de nuevos conversos, al igual que sus antepasados del siglo XIX.
Son los hombres y mujeres “enloquecidos por el dinero”, de los que habló ya en los años sesenta el ex Presidente de la República Carlos Julio Arosemena Monroy, cuyo gobierno fue derrocado por la CIA por el pecado mortal de mantener las relaciones diplomáticas con Cuba. Son los perros que bailan por la plata, y “por el oro perro y perra”, como dice ese refrán popular que tanto le gustaba citar a Pedro Jorge Vera.
En nuestra historia dolorosa, el más desenfrenado saqueo de nuestras riquezas campea especialmente en aquellos momentos en que parece posible una ruptura del viejo orden dominante; momentos en los que -aprovechándose de los apuros del viejo poder-, las fracciones emergentes de la burguesía han entrado por la tranquera. Así ocurrió después del final de la Segunda Guerra Mundial. José María Velasco Ibarra no fue solo el sepulturero de los afanes revolucionarios de obreros, estudiantes, intelectuales y campesinos quienes, con el fusil en la mano, derrocaron al Gobierno de Arroyo del Río en mayo de 1944. En los años cincuenta, durante su tercer mandato -el único que logró concluir-, Velasco Ibarra fue el “el presidente de las carreteras”. Y, en su momento, con él llegarían a controlar el gobierno los que no tenían espacio en los partidos tradicionales de la clase dominante, o los tantos “carreristas” que querían fortunas más rápidas. “El doctorcito es honrado, los que roban son los otros”, decía entonces con verdadera candidez gran parte del pueblo ecuatoriano.
El ascenso del Gobierno Nacionalista y Revolucionario de las Fuerzas Armadas, presidido por el General Guillermo Rodríguez Lara en 1972, entusiasmó a muchos. Nunca ha faltado, entre nosotros, esa especie izquierdista de los devotos de algo: de los que apoyan lo bueno y critican lo malo del gobierno, tanto del gobierno de los reformistas militares, como de los gobiernos que han venido después. Los entusiasmos bienintencionados de febrero del 72‟ devinieron en los rasgos más duros del rostro del Triunvirato militar: las masacres de trabajadores, los asesinatos de opositores, y la corrupción más desenfrenada mediante los negocios públicos y el endeudamiento externo. Los triunviros pusieron en marcha el “retorno a la democracia” desde arriba; es decir, la rearticulación del esquema de dominación, un proceso histórico en el que los partidos políticos jugarían un rol decisivo para controlar al pueblo y acceder -a través del voto- al botín público. Una de las estrellas rutilantes de este proceso fue el entonces joven –biológicamente- Dr. Oswaldo Hurtado Larrea. La ruptura imaginada de principios de los setenta del viejo orden oligárquico fue, al final, solamente otro recambio. En el país y en el extranjero se multiplicaron las nuevas fortunas, los autos y mansiones de lujo y las cuadras de caballos de paso…
Con Jaime Roldós Aguilera se planteó nuevamente la posibilidad de una ruptura del orden de la dominación pero, entre las vacilaciones del Presidente, el cerco de los “patriarcas de las componendas” y los restos del avión presidencial en Zapotillo, el rostro imperturbable de la continuidad de la dominación encarnó en el genio y la figura de Oswaldo Hurtado Larrea. Y los negocios prosperaron otra vez…
Y después, con Borja, “le volvió a tocar al pueblo”…equivocarse, rechinar los dientes y continuar con su lucha. Como nunca antes, en el marco del juego de las instituciones burguesas de la democracia formal y representativa, después de tres años de Hurtadato, y de cuatro de Febrescorderato, el pueblo apoyó en las urnas, de manera abierta y a conciencia plena, lo que creyó que sería su gobierno y, otra vez volvió a equivocarse. Rodrigo Borja Cevallos, enciclopedista de la política, tuvo en sus manos todos los instrumentos de gobierno: ejecutivo, legislativo, las cortes de justicia, los gobiernos locales y el apoyo de la sociedad. No obstante, en lugar de ruptura, tuvimos más de lo mismo: consenso de Washington gradualista, con privatizaciones, reducción de los derechos de los trabajadores, crecimiento del sector financiero y corrupción de la buena. Las paredes de Quito bautizaron lo ocurrido con el término “febresborjismo”.
Vendrían dos frustraciones consumadas más, y otra en ciernes. En 1996, Abdalá Bucaram Ortiz ganó las elecciones presidenciales. Otra vez los obreros, los campesinos, los jóvenes, los indígenas, los maestros, los artesanos, entregaron su voto, con la apuesta de “ahora o cambiamos o nos jodemos de una vez…” Hubo quienes vieron en ese triunfo la posibilidad de una ruptura histórica. La burguesía más tradicional expresó por la boca del padrino del candidato derrotado, Jaime Nebot Saadi, su odio y desconcierto: votaron por Bucaram los ladrones y las prostitutas. El encantamiento del pueblo con Bucaram no duró casi nada. En pocos meses el gobierno reveló con toda claridad los apetitos de una fracción emergente de la clase dominante con agenda propia: un nuevo recambio en el poder, a costa de la corrupción desenfrenada en la administración de los bienes públicos, los negociados con los recursos naturales y el ataque contra las organizaciones populares.
El derrocamiento de Bucaram, legitimado por el enorme caudal de participación popular en las calles, plazas y carreteras, abrió el camino para que, después del corrupto interinazgo de Fabián Alarcón, el gobierno caiga en manos de un refrito socialcristiano y democristiano que, encabezado por Jamil Mahuad llevó al poder a los banqueros como la expresión de la continuidad más dura del neoliberalismo ortodoxo.
Después vino el 21 de enero del 2000, fiasco esperanzado y fugaz. Gustavo Noboa Bejarano, abogado de los tribunales de la República y ex rector de la Universidad Católica de Guayaquil, dio continuidad al gobierno de Jamil Mahuad, con el entusiasta concurso de sus “gustavinos” para todo uso. Los negocios florecieron otra vez.
Entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del año 2003, muchos sin salir del asombro, presenciamos la mutación de un antiguo coronel insurrecto y amigo de las FARC en “el mejor aliado de Washington”. Extraña experiencia, entre surrealista y kitsch, de un candidato que recorría el país con veteranos militantes de izquierda dura, que se reunía con indígenas y campesinos durante el día y que, en las noches, cenaba con los jefes de la más rancia banca neoliberal. Cualquier ilusión de ruptura del viejo orden de “los de arriba”, se esfumó enseguida. Otra vez, los negocios turbios florecieron, especialmente los negociados en el sector petrolero y en el de las telecomunicaciones.
Hasta octubre del 2009, las evidencias abundan para pensar que el Gobierno de Rafael Correa se desliza con enorme vocación y entusiasmo por la autopista rápida, de una vía y sin semáforos, hacia un nuevo recambio en las élites. A quienes se entusiasman con rapidez con los discursos anti oligárquicos encendidos, hay que recordarles que si reflexionamos con algo de rigor, sobran los dedos de una mano para contar a los presidentes revolucionarios en la historia republicana de América Latina: Eloy Alfaro, Fidel Castro, Salvador Allende. No me atrevo a mencionar todavía el nombre de Evo Morales, y estoy dispuesto a rectificar; menos aún digo Hugo Chávez. Algunos querrán incluir en la corta lista a Benito Juárez, pero eso habría que consultarlo con los indígenas mexicanos. Que nos caiga entonces uno, casi de sopetón, y directamente de Lovaina y los Estados Unidos, se presta siempre a sospecha.
El gobierno de Rafael Correa ha puesto en marcha un proyecto neo- desarrollista de reforma capitalista. La destitución de figuras relevantes como Alberto Acosta y los conflictos con los sectores populares, especialmente con los indígenas y campesinos que defienden el agua, los recursos naturales y la soberanía alimentaria, han evidenciado casi desde el inicio de la gestión de Correa, los intereses que encarna la Revolución Ciudadana. La propuesta central del Correísmo es rescatar el papel del Estado para lograr el desarrollo capitalista, como un que regula y controla la economía para que éste desempeñe papel de “gran hermano” de los negocios de la clase dominante y sea el supremo constructo del consenso activo de los dominados. Eso no se puede lograr sin una reforma de la institucionalidad mediante el fortalecimiento del rol del Estado en la planificación, los aparatos de inteligencia, la represión y la subordinación de las Fuerzas Armadas.
Lo que se quiere imponer es la razón de un Estado que se pretende el resumen de toda la sociedad civil; eso choca con los intereses históricos más profundos de los pueblos y las nacionalidades y de las clases trabajadoras.
Este proyecto de reforma capitalista requiere también de una nueva inserción de la economía ecuatoriana en el capitalismo internacional. Por eso, es coherente en esta dirección el abandono del eje Norte-Sur y la apertura hacia las nuevas economías capitalistas emergentes, especialmente hacia Brasil y China. Las trasnacionales del norte están siendo reemplazadas por las transnacionales latinoamericanas o las transnacionales chinas. La retórica anti imperialista presidencial puede ser correctamente decodificada en el marco de este realineamiento geopolítico y económico de la dependencia.
Cuando Fabricio Correa se refirió al gobierno de su hermano como “el sexto Velasquismo”, a lo mejor sin proponérselo estaba construyendo una caracterización adecuada. Como Velasco Ibarra, en el mejor espíritu de la razón colonial, Rafael Correa se presenta como el portador del pensamiento racional e ilustrado, que arremete contra la barbarie “corporativista”. En el país, como en tiempos velasquistas, abunda la infraestructura para el transporte pero, a diferencia de lo que ocurría entonces, ahora el sistema de vías, de puertos y aeropuertos, en planificación o construcción, no mira estrictamente hacia el Norte como destino para vender nuestros productos primarios y comprar manufacturas. Ahora, toda la infraestructura se enmarca en una visión de la integración sudamericana definida en el IIRSA y que favorece la expansión de las economías de China y del Brasil.
La subordinación del gobierno de Correa con respecto de los intereses de la gran burguesía brasileña es completa, y la Manta-Manaos es su piedra angular. Al igual que Velasco Ibarra, Correa es su propio comunicador y relacionista público. Su relación simbólica y discursiva con la población ha cerrado, por ahora, el escenario para otros actores. Como en tiempos velasquistas, los contratos se firman “rápido, rápido”, en nombre del interés nacional y para que la patria “sea de todos”. Quizá, lo que mejor identifica a Correa con el Velasquismo es su entorno personal e íntimo más cercano que, como en otros momentos históricos, evidencia la articulación en torno del gobierno e, incluso, en el propio régimen, de representantes de intereses empresariales: esos personajes que, según Fabricio Correa Delgado, “el ojo tuerto” de su hermano menor no logra divisar.
A principios de la década de los setenta, el escritor izquierdista Jaime Galarza Zavala nos conmovió con dos libros magníficos y valientes: “El Festín del Petróleo”, y “Piratas en el Golfo”. Los leímos con avidez y con asco. Para Jaime Galarza, esos libros implicaron la persecución y la cárcel; para muchos de nosotros fueron una lección de dignidad y una clase magistral de política para saber del lado en el que teníamos que estar, aunque muchos, por ahora, lo hayan olvidado.
A quienes se sientan a gusto con los libros incómodos, las cifras que duelen, las evidencias que lastiman y los hechos revelados que conmueven como mazazos, este trabajo les será de inmensa ayuda para el trajinar diario por las autopistas, los callejones sin salida o por los lentos chaquiñanes de las transformaciones sociales y políticas.
Aspiro a que, después de leer éstas páginas, como un requisito mínimo de honestidad intelectual, nuestros amigos de izquierda no nos digan que haberlas publicado es “hacerle el juego a la derecha”. Pensamos, como Mariátegui, que la verdad es siempre revolucionaria, por amarga y dura que sea y, como Martí, que uno de los fundamentos de la condición humana sin el que no es posible vivir debe ser eso que él llama decoro. Sólo desde el conocimiento del mundo real los parias, los ninguneados, los explotados, humillados y ofendidos de nuestra tierra y de todas las tierras, se dotarán de conciencia social para desarrollar su auto organización y construir una sociedad que verdaderamente esté a la altura de la dignidad y de sus sueños. Y, sólo entonces, las revoluciones serán el carnaval de los oprimidos y el tiempo histórico humanizado de la utopía; es decir, serán revoluciones de verdad A quienes se sientan a gusto con los libros incómodos, las cifras que duelen, las evidencias que lastiman y los hechos revelados que conmueven como mazazos, este trabajo les será de inmensa ayuda para el trajinar diario por las autopistas, los callejones sin salida o por los lentos chaquiñanes de las transformaciones sociales y políticas.
F.L.R.
Hay cosas que no van a gustar: abundan las citas molestas y reveladoras de palabras que se dijeron, y de denuncias que, hasta el momento, se las ha llevado el viento. Estos datos producirán acidez estomacal, comezones y urticaria, indignación y asco; pero, sin duda, despertarán conciencias y movilizarán voluntades. Sin embargo, los protagonistas principales, amos y señores del escándalo, expertos en la puñalada trapera contra los intereses de la nación han tenido siempre piel de rinoceronte o cocodrilo y, a lo largo de la historia de su dominación, su reacción ante las denuncias ha sido la amenaza, la represión o el manto de silencio y olvido sobre todo aquello que les incomoda.
Resulta indispensable conjugar la palabra listo en tiempos revolucionarios: Yo soy listo, él también a veces es listo -aunque no tanto como yo-, algunos otros también son algo listos, y todos los demás “se dejan robar por el ojo tuerto”.
Eso es, a grandes rasgos, lo que ha ocurrido a lo largo de nuestra historia. Los primeros “listos” llegaron de Extremadura y de Castilla, de Cádiz y de Sevilla. Después, llegaron de todos los lugares imaginables, porque siempre fuimos y aún somos un territorio de conquista.
“Poderoso caballero es don dinero”. La expansión implacable del mercado mundial ha sido el marco de esta su búsqueda frenética, en la que se han expresado los complejos de inferioridad de la mentalidad colonial, para la que el tener ha sido siempre más importante que el ser: el enriquecerse como sea equivale a la compra de indulgencias de los cristianos temerosos y arrepentidos de sus pecados, ávidos de alcanzar el paraíso o escapar a los horrores del infierno; a los cambios de apellidos y la compra de ridículos títulos de nobleza de los criollos de la época colonial en su esfuerzo desesperado por blanquearse; al arribismo eterno de los que siempre han mirado con devoción hacia afuera, productos exquisitos y portadores devotos de la razón colonial de turno.
Nuestra riqueza ha sido nuestra condena: oro, plata, tributos de indios, petróleo, cascarilla, gas, campos de labranza más que generosos, tagua, caucho, madera, agua, biodiversidad, sol, oxígeno, fuerza de trabajo barata, rendidora y abundante. “Hacer la América”, enriquecerse y progresar ha sido siempre el objetivo de curas doctrineros, soldados de fortuna, funcionarios inescrupulosos, piratas, fulleros de garito, cuenteros y estafadores, soldadotes y politicastros, ingenieros y doctores, abogados, contratistas, tecnócratas y planificadores. Con la Independencia y la fundación de la República, los criollos asumieron el control total de los negocios de la antigua colonia y organizaron el nuevo Estado a su imagen y conveniencias, disputándose a sangre y fuego la propiedad sobre indios y haciendas, y haciendo de la defensa irrestricta de los intereses extranjeros una verdadera profesión de fe.
Por eso, si se quiere establecer el carácter de clase de un gobierno en nuestra sociedad burguesa, no es necesario mirar únicamente sus relaciones con los grupos empresariales conocidos o tradicionales: los bancos, los exportadores, industriales, importadores, etc.; es indispensable mirar también cómo se articulan con los nuevos grupos emergentes, con los aventureros de vieja y nueva data, los gerentes de empresas estatales, los abogados de bufetes prestigiosos y de los otros -que al final sirven para lo mismo-, los intereses transnacionales; y, además, las relaciones de todos estos personajes con cierto mundo académico, generalmente privado, que despliega sus oropeles de mercadotecnia y pirotécnicas verbales y los relacionistas públicos que los legitiman a cada instante.
El botín más apetecido en las últimas décadas -“las joyas de la corona”-, han sido los recursos naturales, a los que se suman las áreas económicas en las que aplican las tecnologías de punta: la biodiversidad y la venta de servicios ambientales. Es allí donde la acumulación originaria es más acelerada y la reproducción ampliada prácticamente inmediata del capital. En esos nuevos negocios y no sólo en los viejos, es donde los añejos poderes están en pugna con los poderes emergentes, que se los disputan a dentelladas o llegan a acuerdos para repartirse las migajas que dejan las transnacionales, empresas a las que sirven con la devoción de nuevos conversos, al igual que sus antepasados del siglo XIX.
Son los hombres y mujeres “enloquecidos por el dinero”, de los que habló ya en los años sesenta el ex Presidente de la República Carlos Julio Arosemena Monroy, cuyo gobierno fue derrocado por la CIA por el pecado mortal de mantener las relaciones diplomáticas con Cuba. Son los perros que bailan por la plata, y “por el oro perro y perra”, como dice ese refrán popular que tanto le gustaba citar a Pedro Jorge Vera.
En nuestra historia dolorosa, el más desenfrenado saqueo de nuestras riquezas campea especialmente en aquellos momentos en que parece posible una ruptura del viejo orden dominante; momentos en los que -aprovechándose de los apuros del viejo poder-, las fracciones emergentes de la burguesía han entrado por la tranquera. Así ocurrió después del final de la Segunda Guerra Mundial. José María Velasco Ibarra no fue solo el sepulturero de los afanes revolucionarios de obreros, estudiantes, intelectuales y campesinos quienes, con el fusil en la mano, derrocaron al Gobierno de Arroyo del Río en mayo de 1944. En los años cincuenta, durante su tercer mandato -el único que logró concluir-, Velasco Ibarra fue el “el presidente de las carreteras”. Y, en su momento, con él llegarían a controlar el gobierno los que no tenían espacio en los partidos tradicionales de la clase dominante, o los tantos “carreristas” que querían fortunas más rápidas. “El doctorcito es honrado, los que roban son los otros”, decía entonces con verdadera candidez gran parte del pueblo ecuatoriano.
El ascenso del Gobierno Nacionalista y Revolucionario de las Fuerzas Armadas, presidido por el General Guillermo Rodríguez Lara en 1972, entusiasmó a muchos. Nunca ha faltado, entre nosotros, esa especie izquierdista de los devotos de algo: de los que apoyan lo bueno y critican lo malo del gobierno, tanto del gobierno de los reformistas militares, como de los gobiernos que han venido después. Los entusiasmos bienintencionados de febrero del 72‟ devinieron en los rasgos más duros del rostro del Triunvirato militar: las masacres de trabajadores, los asesinatos de opositores, y la corrupción más desenfrenada mediante los negocios públicos y el endeudamiento externo. Los triunviros pusieron en marcha el “retorno a la democracia” desde arriba; es decir, la rearticulación del esquema de dominación, un proceso histórico en el que los partidos políticos jugarían un rol decisivo para controlar al pueblo y acceder -a través del voto- al botín público. Una de las estrellas rutilantes de este proceso fue el entonces joven –biológicamente- Dr. Oswaldo Hurtado Larrea. La ruptura imaginada de principios de los setenta del viejo orden oligárquico fue, al final, solamente otro recambio. En el país y en el extranjero se multiplicaron las nuevas fortunas, los autos y mansiones de lujo y las cuadras de caballos de paso…
Con Jaime Roldós Aguilera se planteó nuevamente la posibilidad de una ruptura del orden de la dominación pero, entre las vacilaciones del Presidente, el cerco de los “patriarcas de las componendas” y los restos del avión presidencial en Zapotillo, el rostro imperturbable de la continuidad de la dominación encarnó en el genio y la figura de Oswaldo Hurtado Larrea. Y los negocios prosperaron otra vez…
Y después, con Borja, “le volvió a tocar al pueblo”…equivocarse, rechinar los dientes y continuar con su lucha. Como nunca antes, en el marco del juego de las instituciones burguesas de la democracia formal y representativa, después de tres años de Hurtadato, y de cuatro de Febrescorderato, el pueblo apoyó en las urnas, de manera abierta y a conciencia plena, lo que creyó que sería su gobierno y, otra vez volvió a equivocarse. Rodrigo Borja Cevallos, enciclopedista de la política, tuvo en sus manos todos los instrumentos de gobierno: ejecutivo, legislativo, las cortes de justicia, los gobiernos locales y el apoyo de la sociedad. No obstante, en lugar de ruptura, tuvimos más de lo mismo: consenso de Washington gradualista, con privatizaciones, reducción de los derechos de los trabajadores, crecimiento del sector financiero y corrupción de la buena. Las paredes de Quito bautizaron lo ocurrido con el término “febresborjismo”.
Vendrían dos frustraciones consumadas más, y otra en ciernes. En 1996, Abdalá Bucaram Ortiz ganó las elecciones presidenciales. Otra vez los obreros, los campesinos, los jóvenes, los indígenas, los maestros, los artesanos, entregaron su voto, con la apuesta de “ahora o cambiamos o nos jodemos de una vez…” Hubo quienes vieron en ese triunfo la posibilidad de una ruptura histórica. La burguesía más tradicional expresó por la boca del padrino del candidato derrotado, Jaime Nebot Saadi, su odio y desconcierto: votaron por Bucaram los ladrones y las prostitutas. El encantamiento del pueblo con Bucaram no duró casi nada. En pocos meses el gobierno reveló con toda claridad los apetitos de una fracción emergente de la clase dominante con agenda propia: un nuevo recambio en el poder, a costa de la corrupción desenfrenada en la administración de los bienes públicos, los negociados con los recursos naturales y el ataque contra las organizaciones populares.
El derrocamiento de Bucaram, legitimado por el enorme caudal de participación popular en las calles, plazas y carreteras, abrió el camino para que, después del corrupto interinazgo de Fabián Alarcón, el gobierno caiga en manos de un refrito socialcristiano y democristiano que, encabezado por Jamil Mahuad llevó al poder a los banqueros como la expresión de la continuidad más dura del neoliberalismo ortodoxo.
Después vino el 21 de enero del 2000, fiasco esperanzado y fugaz. Gustavo Noboa Bejarano, abogado de los tribunales de la República y ex rector de la Universidad Católica de Guayaquil, dio continuidad al gobierno de Jamil Mahuad, con el entusiasta concurso de sus “gustavinos” para todo uso. Los negocios florecieron otra vez.
Entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del año 2003, muchos sin salir del asombro, presenciamos la mutación de un antiguo coronel insurrecto y amigo de las FARC en “el mejor aliado de Washington”. Extraña experiencia, entre surrealista y kitsch, de un candidato que recorría el país con veteranos militantes de izquierda dura, que se reunía con indígenas y campesinos durante el día y que, en las noches, cenaba con los jefes de la más rancia banca neoliberal. Cualquier ilusión de ruptura del viejo orden de “los de arriba”, se esfumó enseguida. Otra vez, los negocios turbios florecieron, especialmente los negociados en el sector petrolero y en el de las telecomunicaciones.
Hasta octubre del 2009, las evidencias abundan para pensar que el Gobierno de Rafael Correa se desliza con enorme vocación y entusiasmo por la autopista rápida, de una vía y sin semáforos, hacia un nuevo recambio en las élites. A quienes se entusiasman con rapidez con los discursos anti oligárquicos encendidos, hay que recordarles que si reflexionamos con algo de rigor, sobran los dedos de una mano para contar a los presidentes revolucionarios en la historia republicana de América Latina: Eloy Alfaro, Fidel Castro, Salvador Allende. No me atrevo a mencionar todavía el nombre de Evo Morales, y estoy dispuesto a rectificar; menos aún digo Hugo Chávez. Algunos querrán incluir en la corta lista a Benito Juárez, pero eso habría que consultarlo con los indígenas mexicanos. Que nos caiga entonces uno, casi de sopetón, y directamente de Lovaina y los Estados Unidos, se presta siempre a sospecha.
El gobierno de Rafael Correa ha puesto en marcha un proyecto neo- desarrollista de reforma capitalista. La destitución de figuras relevantes como Alberto Acosta y los conflictos con los sectores populares, especialmente con los indígenas y campesinos que defienden el agua, los recursos naturales y la soberanía alimentaria, han evidenciado casi desde el inicio de la gestión de Correa, los intereses que encarna la Revolución Ciudadana. La propuesta central del Correísmo es rescatar el papel del Estado para lograr el desarrollo capitalista, como un que regula y controla la economía para que éste desempeñe papel de “gran hermano” de los negocios de la clase dominante y sea el supremo constructo del consenso activo de los dominados. Eso no se puede lograr sin una reforma de la institucionalidad mediante el fortalecimiento del rol del Estado en la planificación, los aparatos de inteligencia, la represión y la subordinación de las Fuerzas Armadas.
Lo que se quiere imponer es la razón de un Estado que se pretende el resumen de toda la sociedad civil; eso choca con los intereses históricos más profundos de los pueblos y las nacionalidades y de las clases trabajadoras.
Este proyecto de reforma capitalista requiere también de una nueva inserción de la economía ecuatoriana en el capitalismo internacional. Por eso, es coherente en esta dirección el abandono del eje Norte-Sur y la apertura hacia las nuevas economías capitalistas emergentes, especialmente hacia Brasil y China. Las trasnacionales del norte están siendo reemplazadas por las transnacionales latinoamericanas o las transnacionales chinas. La retórica anti imperialista presidencial puede ser correctamente decodificada en el marco de este realineamiento geopolítico y económico de la dependencia.
Cuando Fabricio Correa se refirió al gobierno de su hermano como “el sexto Velasquismo”, a lo mejor sin proponérselo estaba construyendo una caracterización adecuada. Como Velasco Ibarra, en el mejor espíritu de la razón colonial, Rafael Correa se presenta como el portador del pensamiento racional e ilustrado, que arremete contra la barbarie “corporativista”. En el país, como en tiempos velasquistas, abunda la infraestructura para el transporte pero, a diferencia de lo que ocurría entonces, ahora el sistema de vías, de puertos y aeropuertos, en planificación o construcción, no mira estrictamente hacia el Norte como destino para vender nuestros productos primarios y comprar manufacturas. Ahora, toda la infraestructura se enmarca en una visión de la integración sudamericana definida en el IIRSA y que favorece la expansión de las economías de China y del Brasil.
La subordinación del gobierno de Correa con respecto de los intereses de la gran burguesía brasileña es completa, y la Manta-Manaos es su piedra angular. Al igual que Velasco Ibarra, Correa es su propio comunicador y relacionista público. Su relación simbólica y discursiva con la población ha cerrado, por ahora, el escenario para otros actores. Como en tiempos velasquistas, los contratos se firman “rápido, rápido”, en nombre del interés nacional y para que la patria “sea de todos”. Quizá, lo que mejor identifica a Correa con el Velasquismo es su entorno personal e íntimo más cercano que, como en otros momentos históricos, evidencia la articulación en torno del gobierno e, incluso, en el propio régimen, de representantes de intereses empresariales: esos personajes que, según Fabricio Correa Delgado, “el ojo tuerto” de su hermano menor no logra divisar.
A principios de la década de los setenta, el escritor izquierdista Jaime Galarza Zavala nos conmovió con dos libros magníficos y valientes: “El Festín del Petróleo”, y “Piratas en el Golfo”. Los leímos con avidez y con asco. Para Jaime Galarza, esos libros implicaron la persecución y la cárcel; para muchos de nosotros fueron una lección de dignidad y una clase magistral de política para saber del lado en el que teníamos que estar, aunque muchos, por ahora, lo hayan olvidado.
A quienes se sientan a gusto con los libros incómodos, las cifras que duelen, las evidencias que lastiman y los hechos revelados que conmueven como mazazos, este trabajo les será de inmensa ayuda para el trajinar diario por las autopistas, los callejones sin salida o por los lentos chaquiñanes de las transformaciones sociales y políticas.
Aspiro a que, después de leer éstas páginas, como un requisito mínimo de honestidad intelectual, nuestros amigos de izquierda no nos digan que haberlas publicado es “hacerle el juego a la derecha”. Pensamos, como Mariátegui, que la verdad es siempre revolucionaria, por amarga y dura que sea y, como Martí, que uno de los fundamentos de la condición humana sin el que no es posible vivir debe ser eso que él llama decoro. Sólo desde el conocimiento del mundo real los parias, los ninguneados, los explotados, humillados y ofendidos de nuestra tierra y de todas las tierras, se dotarán de conciencia social para desarrollar su auto organización y construir una sociedad que verdaderamente esté a la altura de la dignidad y de sus sueños. Y, sólo entonces, las revoluciones serán el carnaval de los oprimidos y el tiempo histórico humanizado de la utopía; es decir, serán revoluciones de verdad A quienes se sientan a gusto con los libros incómodos, las cifras que duelen, las evidencias que lastiman y los hechos revelados que conmueven como mazazos, este trabajo les será de inmensa ayuda para el trajinar diario por las autopistas, los callejones sin salida o por los lentos chaquiñanes de las transformaciones sociales y políticas.
F.L.R.
Fernando Villavicencio - Paseo con Saramago por el Socialismo del Siglo 21
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Paseo con Saramago por el Socialismo del Siglo 21
"Todo se mueve a la derecha, cualquier otra cosa es retórica,
son canciones para hacer dormir a los niños y a los pueblos".
J. Saramago
Por: Fernando Villavicencio V.
[1] Emputado, capacidad de enojarse a la ecuatoriana.
[2] Saquisilí, pueblo campesino del centro de Ecuador.
[3] Chimbacalle, barrio popular del sur de Quito, donde se apuesta en el ecuavoley.
[4] Joaquín Gallegos Lara, escritor ecuatoriano, autor de "Las cruces sobre el agua", libro que describe la masacre del año 1922.
[5] Alfredo Baldeón, líder de la revuelta social de 1922.
[6] Los decapitados, generación de poetas ecuatorianos desaparecidos tempranamente.
[7] De tin marin.. juego infantil en el cual se reparte a dedo.
[8] Panecillo, cerro céntrico de Quito, de donde se divisa toda la ciudad.
[9] Giles, expresión popular que significa tontos.
[10] Ludwic, personaje de la novela de Milan Kundera " La Broma ", en la cual el joven líder de la juventud comunista checa, fue perseguido por hacer una broma a su novia, de que el "socialismo estalinista" era el opio del pueblo.
Paseo con Saramago por el Socialismo del Siglo 21
"Todo se mueve a la derecha, cualquier otra cosa es retórica,
son canciones para hacer dormir a los niños y a los pueblos".
J. Saramago
Por: Fernando Villavicencio V.
A José Saramago, autor de "Todos los Nombres", al parecer le disgusta las comas, los puntos, el punto y coma, los corchetes y los grilletes. Lo último debe ser por la ideológica costumbre de llevar en la billetera, el carné de comunista y una zurda cabeza de identificación sobre los hombros de muchos. Lo antepenúltimo a lo mejor, porque a puro punto y coma, como dice algún jilguero de la poesía ecuatoriana, nos tienen en "estado de coma". En fin, pretendo pasearme un poco, salir del carísimo pan nuestro de cada día, leudado al calor del socialismo del siglo que mata y luego dormirme con el incomprendido y natural reclamo del español León Felipe, de por qué el pueblo sigue descalzo, si tantos poetas al dejarnos, se convierten en humos, hierba, vaca, cuero, zapato para dignificar el pie.
Desde hace rato, Saramago anda emputado[1], con la derecha que se mueve al centro, con la izquierda que no se mueve y más aún con esa izquierda que vacaciona en las riberas de la derecha, promocionándose creativa, light y digital (Socialismo del siglo 21). En un gateo por el "Ensayo sobre la Ceguera ", " La Caverna " y el "Evangelio según Jesucristo", intentaré llegar a Portugal, pasando por Saquisilí[2] y a Bagdad, luego de gastarme cuatro dólares en la cancha de Chimbacalle[3].
Desde chico condimentaron mis penurias campesinas con algo de verbo irreverente, empezando con "el mar sembrado de cruces", del compatriota Joaquín Gallegos Lara[4], o aprendiendo a colectivizar el pan en el horno de Alfredo Baldeón[5]. Tanto me di en esa dirección, que creí hasta el convencimiento que el reino del capital "decapitó a los decapitados[6]". Fui y soy parte de un troje enorme de terrestres revoltosos, buscadores de honradez, despilfarradores de sacrificios; todo para imitar el milagro de la multiplicación, pero cuando parecía que en la sementera se doraba el pan para todos, en la mismísima puerta del horno, otra vez lo quemó la privatización, maldita maldición neoliberal, trocada ahora en concesión, la misma vieja mierda que Saramago condenó: "que se privatice la cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y, finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas, la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo... Y, metidos en esto, que se privatice también la puta que los parió a todos".
Conservador este Saramago, pidiendo concurso público, cuando ahora, en estos tiempos en que la "Patria ya es de todos", se adjudica tarareando "de tin, marín[7]…"
Desde que tengo uso de razón, de que tengo uso de razón, han pasado por la calle de mi memoria, un rosario de revoluciones, y tras cada tropiezo, ahí mismo inventamos una canción esperanzada y una justificación teorizada, para encontrar culpables, y hasta para identificar el cauce, como advierte la palabra hilvanada: "cincuenta revoluciones en cincuenta años tenemos, como no han sido bien hechas, hasta acertar las haremos", qué terca capacidad de perseverancia.
Así crecimos, manteniendo la estatura de los principios. Tanta espera: niños que se añejaron esperando la victoria, banderas abandonadas esperando la victoria, victoria abandonada esperando la bandera, pueblos abandonados, líderes que huyen lavándose las manos. Una huella que nos marca la responsabilidad de continuar: "Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir".
Como si la virgen del Panecillo[8] le hubiese chismeado la purita verdad que pasa por la calle de las siete plagas, el creador del perro "Encontrado" en la " La Caverna ", dibuja nuestra tragedia, esa que ofrece la soga al ahorcado: "a veces las cosas en el mundo cambian para peor", cual mudanza del tiempo que nos obliga a regresar, para luego elevarla a categoría política, vitrinearla en algún buró o etiquetarla en el campus universitario: "la democracia es una fachada detrás de la cual sólo hay unas cuantas vigas carcomidas por la polilla, llenas de polvo y excrementos" , esa es la marca de la arquitectura política que se exhibe hoy en el menú de la izquierda oficial, "ya no hay ideas de izquierda", apenas un postre mediático para salivar derechos y justicia social.
Que la larga noche neoliberal ha muerto, nos dijeron, que "vuelve a sacudirse el continente" con el sismo izquierdista, nos ofrecieron. Al amanecer, encontramos al mismo carnicero maquillado de cirujano, eso hizo el capital y a eso se está prestando una parte de la izquierda latinoamericana. Para muestra, una camisa entera, de la cual tomaré el botón más emblemático: la confesión del Presidente de Brasil, Luiz Ignacio Lula Da Silva, cuando explicaba su "evolución" hacia la derecha: "ya no estoy en edad para ser de izquierda: cabellos blancos y responsabilidad suponen equilibrio y evolucionar significa ir desde la izquierda hacia la socialdemocracia. Una persona que es de izquierda tiene problemas, así como un joven que es de derecha tiene problemas". Al final de su confesión, se avergonzó de su pasado marxista, si alguna vez él pasó por esas creencias: "yo no soy marxista, soy metalúrgico", dijo sin ruborizarse.
Singular metamorfosis biológica e ideológica la de Lula, el joven izquierdista, tornero metalúrgico que perdiera su dedo obrero, al mutar en anciano socialdemócrata, ha ganado un parche para su ojo siniestro.
Por todo ello será que el "joven" Saramago, luego de ver a esos lulas mutantes que a nombre del socialismo y la izquierda andan por ahí, sea en el filo o en la mitad del mundo, afirmando que no creen en la lucha de clases, ni en el socialismo científico, aunque idolatran la propiedad privada, invitó a los ciudadanos a perder la paciencia: "es hora de aullar…la izquierda ha dejado de ser izquierda, antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda". Y para confirmar la "evolución" del anciano Presidente de Brasil y de otros que lo emulan, señaló que "los partidos de izquierda cuando dicen que se acercan al centro en realidad lo que hacen es acercarse a la derecha", donde los gobiernos acaban de "comisarios políticos del poder económico". Hoy, "estamos en una situación en la que se combina el dominio del sistema capitalista en su cara neoliberal con una izquierda que no supo reorientarse después del colapso de la Unión Soviética, comenta Saramago, mientras la derecha ahora dice: "nosotros no somos derecha, somos centroderecha", con lo cual el centro se vuelve una ficción que no existe", un invento alucinador de incautos.
Desde hace un siglo y medio, sin Patria y con la Ley de lo verdugos, ha transitado nuestro destino maltrecho, ignorando que "siempre hay un tuerto o un listo que nos gobierna", en un paisito de ciegos, paraíso de giles[9], bolsa de valores éticos, donde millones de descalzos de plusvalía y rogadores de salario, lavan sus fortunas. Desconociendo además, que cuando la izquierda se acerca al centro, como afirma José Saramago: "empieza con políticas de derecha, pero cuando la derecha se acerca al centro, no empieza con políticas de izquierda, sino que continúa con políticas de derecha.". El giro se muestra maestro y preciso, una engañifa plena, pues si "todo se mueve a la derecha, cualquier otra cosa es retórica, son canciones para hacer dormir a los niños y a los pueblos".
La "Patria ya es de todos", nos muelen minuto a minuto ¿cuál Patria?, ¿cuánto de Patria tienen los desposeídos: María, Juanita, Pedro?, su única fortuna es la fuerza de trabajo, ofertada en el mercado, más barata que el arroz, el trigo o el puñal; y ¿cuánta Patria, tienen los señoritos curtidos de vagancia?: fábricas trituradoras de plusvalía, bancos, latifundios, burdeles, cuarteles, iglesias, medios y hasta eunucos intelectuales "progresistas" que se han olvidado que "el intelectual que es sólo un intelectual no es ni siquiera un intelectual".
Los desposeídos no tenemos Patria, nos recuerda Carlos Marx en el Manifiesto Comunista, nos fue arrebatada junto con todo lo demás; por eso nuestra primera tarea es recuperarla, y recuperar la patria, cada pueblo la suya y juntos la de todos, será recuperar la vida, recuperar el mundo. ¿Cuánto hemos recuperado en estos tiempos de revolución ciudadana?, nada, estamos perdiendo hasta la dosis de optimismo que nos inyectaron, en medio de un invierno de nuevas privatizaciones mixturadas, mendicidad digitalizada, corrupción y constitucionalización de la masturbación y del placer sexual. El socialismo -estimados eunucos asimilados- por definición es internacional y demasiado grande para encerrarlo en sus diminutos cerebros, en una casa o en un país, es una condición inevitable para la continuidad misma de la humanidad. Solo en un mundo donde el robo de la fuerza de trabajo haya sido eliminado, donde nos sintamos menos distintos y más fraternos, es decir, en un mundo socialista-comunista, el ser humano será una nación, el planeta una única nación de naciones, donde se armonicen todas las expresiones humanas.
La comedia que lloramos y la derrota que aplaudimos hoy, debemos bañarla en el ácido de nuestros ojos, vendados por décadas de engaño, de ahí deberá salir la luz para apurar la madrugada, aprendiendo de las caídas: "La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva, en cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.". La historia verdadera, humanamente valedera, es como una soga rota, llena de nudos, donde cada intervalo, exhibe el placer digno de la victoria, la sonrisa chiquita que ilumina. Los nudos son una peligrosa y necesaria fortaleza, que nos entristece, nos agita el miedo, nos gira al pesimismo, pero un estado en el cual la vida también se agita rebelde: "Soy pesimista, pero yo no tengo la culpa de que la realidad sea la que es". Tanto será así, que me obligo a recordar el optimismo estalinista de los checos, con el que se construyó ese remedo torpe de socialismo, purgado en la miseria, que condujo al bromista de Ludwic[10], a campos de trabajo forzado. Por eso, también y fundamentalmente, engrosarán las filas, "los únicos interesados en cambiar el mundo, los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay".
De atrás venimos, libres en el pasado, dueños del horizonte, comunitarios, arrastrando la condena inevitable de la libertad, aquí no hay colonización cerebral, filiación doctrinal, militancia electoral, es la fatalidad de ser: "un comunista hormonal" y eso no tiene cura, peor remedio, solo resta tomar el ascensor directo al purgatorio de clases de lucha, para liderar la lucha de clases, tarea que acabará, cuando empiece el descenso humano al paraíso.
Desde chico condimentaron mis penurias campesinas con algo de verbo irreverente, empezando con "el mar sembrado de cruces", del compatriota Joaquín Gallegos Lara[4], o aprendiendo a colectivizar el pan en el horno de Alfredo Baldeón[5]. Tanto me di en esa dirección, que creí hasta el convencimiento que el reino del capital "decapitó a los decapitados[6]". Fui y soy parte de un troje enorme de terrestres revoltosos, buscadores de honradez, despilfarradores de sacrificios; todo para imitar el milagro de la multiplicación, pero cuando parecía que en la sementera se doraba el pan para todos, en la mismísima puerta del horno, otra vez lo quemó la privatización, maldita maldición neoliberal, trocada ahora en concesión, la misma vieja mierda que Saramago condenó: "que se privatice la cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y, finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas, la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo... Y, metidos en esto, que se privatice también la puta que los parió a todos".
Conservador este Saramago, pidiendo concurso público, cuando ahora, en estos tiempos en que la "Patria ya es de todos", se adjudica tarareando "de tin, marín[7]…"
Desde que tengo uso de razón, de que tengo uso de razón, han pasado por la calle de mi memoria, un rosario de revoluciones, y tras cada tropiezo, ahí mismo inventamos una canción esperanzada y una justificación teorizada, para encontrar culpables, y hasta para identificar el cauce, como advierte la palabra hilvanada: "cincuenta revoluciones en cincuenta años tenemos, como no han sido bien hechas, hasta acertar las haremos", qué terca capacidad de perseverancia.
Así crecimos, manteniendo la estatura de los principios. Tanta espera: niños que se añejaron esperando la victoria, banderas abandonadas esperando la victoria, victoria abandonada esperando la bandera, pueblos abandonados, líderes que huyen lavándose las manos. Una huella que nos marca la responsabilidad de continuar: "Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir".
Como si la virgen del Panecillo[8] le hubiese chismeado la purita verdad que pasa por la calle de las siete plagas, el creador del perro "Encontrado" en la " La Caverna ", dibuja nuestra tragedia, esa que ofrece la soga al ahorcado: "a veces las cosas en el mundo cambian para peor", cual mudanza del tiempo que nos obliga a regresar, para luego elevarla a categoría política, vitrinearla en algún buró o etiquetarla en el campus universitario: "la democracia es una fachada detrás de la cual sólo hay unas cuantas vigas carcomidas por la polilla, llenas de polvo y excrementos" , esa es la marca de la arquitectura política que se exhibe hoy en el menú de la izquierda oficial, "ya no hay ideas de izquierda", apenas un postre mediático para salivar derechos y justicia social.
Que la larga noche neoliberal ha muerto, nos dijeron, que "vuelve a sacudirse el continente" con el sismo izquierdista, nos ofrecieron. Al amanecer, encontramos al mismo carnicero maquillado de cirujano, eso hizo el capital y a eso se está prestando una parte de la izquierda latinoamericana. Para muestra, una camisa entera, de la cual tomaré el botón más emblemático: la confesión del Presidente de Brasil, Luiz Ignacio Lula Da Silva, cuando explicaba su "evolución" hacia la derecha: "ya no estoy en edad para ser de izquierda: cabellos blancos y responsabilidad suponen equilibrio y evolucionar significa ir desde la izquierda hacia la socialdemocracia. Una persona que es de izquierda tiene problemas, así como un joven que es de derecha tiene problemas". Al final de su confesión, se avergonzó de su pasado marxista, si alguna vez él pasó por esas creencias: "yo no soy marxista, soy metalúrgico", dijo sin ruborizarse.
Singular metamorfosis biológica e ideológica la de Lula, el joven izquierdista, tornero metalúrgico que perdiera su dedo obrero, al mutar en anciano socialdemócrata, ha ganado un parche para su ojo siniestro.
Por todo ello será que el "joven" Saramago, luego de ver a esos lulas mutantes que a nombre del socialismo y la izquierda andan por ahí, sea en el filo o en la mitad del mundo, afirmando que no creen en la lucha de clases, ni en el socialismo científico, aunque idolatran la propiedad privada, invitó a los ciudadanos a perder la paciencia: "es hora de aullar…la izquierda ha dejado de ser izquierda, antes nos gustaba decir que la derecha era estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda". Y para confirmar la "evolución" del anciano Presidente de Brasil y de otros que lo emulan, señaló que "los partidos de izquierda cuando dicen que se acercan al centro en realidad lo que hacen es acercarse a la derecha", donde los gobiernos acaban de "comisarios políticos del poder económico". Hoy, "estamos en una situación en la que se combina el dominio del sistema capitalista en su cara neoliberal con una izquierda que no supo reorientarse después del colapso de la Unión Soviética, comenta Saramago, mientras la derecha ahora dice: "nosotros no somos derecha, somos centroderecha", con lo cual el centro se vuelve una ficción que no existe", un invento alucinador de incautos.
Desde hace un siglo y medio, sin Patria y con la Ley de lo verdugos, ha transitado nuestro destino maltrecho, ignorando que "siempre hay un tuerto o un listo que nos gobierna", en un paisito de ciegos, paraíso de giles[9], bolsa de valores éticos, donde millones de descalzos de plusvalía y rogadores de salario, lavan sus fortunas. Desconociendo además, que cuando la izquierda se acerca al centro, como afirma José Saramago: "empieza con políticas de derecha, pero cuando la derecha se acerca al centro, no empieza con políticas de izquierda, sino que continúa con políticas de derecha.". El giro se muestra maestro y preciso, una engañifa plena, pues si "todo se mueve a la derecha, cualquier otra cosa es retórica, son canciones para hacer dormir a los niños y a los pueblos".
La "Patria ya es de todos", nos muelen minuto a minuto ¿cuál Patria?, ¿cuánto de Patria tienen los desposeídos: María, Juanita, Pedro?, su única fortuna es la fuerza de trabajo, ofertada en el mercado, más barata que el arroz, el trigo o el puñal; y ¿cuánta Patria, tienen los señoritos curtidos de vagancia?: fábricas trituradoras de plusvalía, bancos, latifundios, burdeles, cuarteles, iglesias, medios y hasta eunucos intelectuales "progresistas" que se han olvidado que "el intelectual que es sólo un intelectual no es ni siquiera un intelectual".
Los desposeídos no tenemos Patria, nos recuerda Carlos Marx en el Manifiesto Comunista, nos fue arrebatada junto con todo lo demás; por eso nuestra primera tarea es recuperarla, y recuperar la patria, cada pueblo la suya y juntos la de todos, será recuperar la vida, recuperar el mundo. ¿Cuánto hemos recuperado en estos tiempos de revolución ciudadana?, nada, estamos perdiendo hasta la dosis de optimismo que nos inyectaron, en medio de un invierno de nuevas privatizaciones mixturadas, mendicidad digitalizada, corrupción y constitucionalización de la masturbación y del placer sexual. El socialismo -estimados eunucos asimilados- por definición es internacional y demasiado grande para encerrarlo en sus diminutos cerebros, en una casa o en un país, es una condición inevitable para la continuidad misma de la humanidad. Solo en un mundo donde el robo de la fuerza de trabajo haya sido eliminado, donde nos sintamos menos distintos y más fraternos, es decir, en un mundo socialista-comunista, el ser humano será una nación, el planeta una única nación de naciones, donde se armonicen todas las expresiones humanas.
La comedia que lloramos y la derrota que aplaudimos hoy, debemos bañarla en el ácido de nuestros ojos, vendados por décadas de engaño, de ahí deberá salir la luz para apurar la madrugada, aprendiendo de las caídas: "La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva, en cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.". La historia verdadera, humanamente valedera, es como una soga rota, llena de nudos, donde cada intervalo, exhibe el placer digno de la victoria, la sonrisa chiquita que ilumina. Los nudos son una peligrosa y necesaria fortaleza, que nos entristece, nos agita el miedo, nos gira al pesimismo, pero un estado en el cual la vida también se agita rebelde: "Soy pesimista, pero yo no tengo la culpa de que la realidad sea la que es". Tanto será así, que me obligo a recordar el optimismo estalinista de los checos, con el que se construyó ese remedo torpe de socialismo, purgado en la miseria, que condujo al bromista de Ludwic[10], a campos de trabajo forzado. Por eso, también y fundamentalmente, engrosarán las filas, "los únicos interesados en cambiar el mundo, los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay".
De atrás venimos, libres en el pasado, dueños del horizonte, comunitarios, arrastrando la condena inevitable de la libertad, aquí no hay colonización cerebral, filiación doctrinal, militancia electoral, es la fatalidad de ser: "un comunista hormonal" y eso no tiene cura, peor remedio, solo resta tomar el ascensor directo al purgatorio de clases de lucha, para liderar la lucha de clases, tarea que acabará, cuando empiece el descenso humano al paraíso.
[1] Emputado, capacidad de enojarse a la ecuatoriana.
[2] Saquisilí, pueblo campesino del centro de Ecuador.
[3] Chimbacalle, barrio popular del sur de Quito, donde se apuesta en el ecuavoley.
[4] Joaquín Gallegos Lara, escritor ecuatoriano, autor de "Las cruces sobre el agua", libro que describe la masacre del año 1922.
[5] Alfredo Baldeón, líder de la revuelta social de 1922.
[6] Los decapitados, generación de poetas ecuatorianos desaparecidos tempranamente.
[7] De tin marin.. juego infantil en el cual se reparte a dedo.
[8] Panecillo, cerro céntrico de Quito, de donde se divisa toda la ciudad.
[9] Giles, expresión popular que significa tontos.
[10] Ludwic, personaje de la novela de Milan Kundera " La Broma ", en la cual el joven líder de la juventud comunista checa, fue perseguido por hacer una broma a su novia, de que el "socialismo estalinista" era el opio del pueblo.