A pesar de tratarse del primer conflicto bélico que tuvo un carácter verdaderamente global, de presentar aspectos novedosos a la hora de hacer la guerra como el hecho de convertir a la población en un objetivo en sí mismo y a pesar de que tuvo consecuencias a corto-medio plazo tan funestas como la propia Segunda Guerra Mundial, la llamada «Gran Guerra» – nombre con el que se conoce a la Primera Guerra Mundial – es asombrosamente poco conocida, relegada a un segundo plano quizás por la magnitud de su sucesora. Cuenta Ernst Junger en Tempestades de acero – primer volumen de sus memorias – que a los jóvenes alemanes la guerra les parecía «un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre floridas praderas en que la sangre era rocío», y con ese mismo espíritu confiado arranca el testimonio del protagonista de esta historia, un muchacho francés al que la propaganda política obliga a creer que todo acabaría en un plazo muy breve de tiempo con una rotunda victoria sobre el enemigo.
Tanto en el caso de Junger como en el del protagonista de Puta guerra, el velo cae de los ojos en cuanto los primeros muertos se dejan ver en toda su magnitud y todos se dan cuenta de que en semejante concurso de tiro son ellos las dianas; desde ese primer momento, el horror de la guerra real se va desgranando sin prisa pero sin pausa desde todos los puntos de vista posibles, algo que Tardi y Verney, los autores, se preocupan muy mucho por destacar empleando para ello un lenguaje descarnado y unas ilustraciones que no escatiman un ápice de crudeza, además de que en toda la obra ponen en boca del protagonista testimonios plagados de un sarcasmo cruel cuyo objetivo no son solamente los desastres de la guerra sino también las mentiras que la encubren y aquellos que las sustentan – no conviene olvidar que la Gran Guerra fue un conflicto en el que todavía se hicieron distinciones de clase muy claras -, llegándose incluso al episodio de ejecución sumaria por cobardía de un soldado francés que, desesperado y harto por ver morir a sus compañeros de un modo tan estupido como inútil – episodio que recuerda a lo narrado en el filme Senderos de gloria-, se rebela y niega a arriesgar gratuitamente su vida para satisfacer la vanidad de sus superiores. Pasando por encima de cualquier consideración de carácter moral, la guerra continúa, así como sus consecuencias que no son otras que miles de muertos, heridos y mutilados, como se puede apreciar en la autentica galería de monstruos que se desgrana en las páginas 83-85. Incluso se hace referencia a lo acontecido el último día de la contienda, cuando después de haber sido determinada la hora del cese de hostilidades, algunos mandos importantes se resistieron a mantener a sus hombres quietos a la espera del final y provocaron ataques sin sentido que produjeron miles de muertos. Algunos de esos altos mandos fueron juzgados en la posguerra por tribunales compuestos por sus propios compañeros y, como consecuencia, fueron absueltos en casi su totalidad. Las consecuencias de la paz, simplemente terribles: hambre, miseria y degradamiento excesivo de los derrotados, lo que, al fin y a la postre, sería el gran germen de las ansias del revanchismo alemán.
¿Por qué es tan importante conocer esta obra? Básicamente por dos motivos: en primer lugar, porque es un testimonio directo y sincero de uno de los episodios mas trascendentales de los últimos cien años, y en segundo lugar porque es necesario que todos seamos conscientes de que jugar a la guerra es como agarrar a un tigre por la cola: las consecuencias son imprevisibles pero sí muy posiblemente negativas hasta un punto en el que ya no es posible controlarlas. De ello se deduce que esta edición integral de ¡Puta Guerra! se antoja casi imprescindible si se pretende tener una visión global de esta trascendente etapa de nuestra historia que marcó el final de un modo de vida para dar paso a otra etapa –el llamado Periodo entreguerras– en la que la crisis política y económica tuvieron como consecuencias de un lado culturalmente la denominada Belle Epoque mientras que al mismo tiempo políticamente surgieron los primeros movimientos de corte fascista cuya relevancia se reveló desoladoramente extraordinaria.
Tanto en el caso de Junger como en el del protagonista de Puta guerra, el velo cae de los ojos en cuanto los primeros muertos se dejan ver en toda su magnitud y todos se dan cuenta de que en semejante concurso de tiro son ellos las dianas; desde ese primer momento, el horror de la guerra real se va desgranando sin prisa pero sin pausa desde todos los puntos de vista posibles, algo que Tardi y Verney, los autores, se preocupan muy mucho por destacar empleando para ello un lenguaje descarnado y unas ilustraciones que no escatiman un ápice de crudeza, además de que en toda la obra ponen en boca del protagonista testimonios plagados de un sarcasmo cruel cuyo objetivo no son solamente los desastres de la guerra sino también las mentiras que la encubren y aquellos que las sustentan – no conviene olvidar que la Gran Guerra fue un conflicto en el que todavía se hicieron distinciones de clase muy claras -, llegándose incluso al episodio de ejecución sumaria por cobardía de un soldado francés que, desesperado y harto por ver morir a sus compañeros de un modo tan estupido como inútil – episodio que recuerda a lo narrado en el filme Senderos de gloria-, se rebela y niega a arriesgar gratuitamente su vida para satisfacer la vanidad de sus superiores. Pasando por encima de cualquier consideración de carácter moral, la guerra continúa, así como sus consecuencias que no son otras que miles de muertos, heridos y mutilados, como se puede apreciar en la autentica galería de monstruos que se desgrana en las páginas 83-85. Incluso se hace referencia a lo acontecido el último día de la contienda, cuando después de haber sido determinada la hora del cese de hostilidades, algunos mandos importantes se resistieron a mantener a sus hombres quietos a la espera del final y provocaron ataques sin sentido que produjeron miles de muertos. Algunos de esos altos mandos fueron juzgados en la posguerra por tribunales compuestos por sus propios compañeros y, como consecuencia, fueron absueltos en casi su totalidad. Las consecuencias de la paz, simplemente terribles: hambre, miseria y degradamiento excesivo de los derrotados, lo que, al fin y a la postre, sería el gran germen de las ansias del revanchismo alemán.
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