Blanca Gladis Caldas Méndez (Bogotá, 18 de enero de 1950), más conocida como Claudia de Colombia, es una cantante colombiana.
Biografía
Blanca Gladys Caldas Méndez nació en Bogotá, se inició muy temprano en el campo artístico. En su niñez participó en el reinado del Colegio Nuestra Señora de las Mercedes del centro de Bogotá, donde llamó la atención no sólo por su belleza sino por su gran voz; su mentor y descubridor fue Guillermo Hinestroza Isaza, creador del Club del Clan, del que formó parte junto a figuras como Emilce, Maryluz, Billy Pontoni, Óscar Golden y Vicky.
Carrera artística
En el umbral de los años 1970 comienza su carrera como cantante profesional, grabando en 1970 su primer trabajo discográfico para el Sello CBS (hoy Sony Music) al lado de su primer productor musical, el compositor y arreglista Santander Díaz; por otra parte, Claudia de Colombia ha incursionado también en la actuación. Su carrera más productiva fue en los años 1970 y 1980, siendo la primera artista colombiana en tener éxito en el exterior cantando música popular.
En la actualidad Claudia de Colombia se encuentra en plena actividad artística realizando presentaciones continuamente en plazas de Ciudad de Panamá, Caracas, Ecuador, USA (Miami, New Jersey, NewYork, Boston, California) y Bogotá entre otras.
Al inicio de su carrera artística, Gullermo Hinestroza Isaza creía que Gladys Caldas (nombre de pila) no era muy comercial y sonoro; por eso quiso que se llamara Claudia, y así lo aceptó ella y sus compañeros de inicio.
Trayectoria
En 1982 Claudia de Colombia fue nominada entre otras cantantes latinoamericanas, para representar e interpretar la ópera de Evita Perón. Las dos únicas opcionadas entre varias, fueron justamente Claudia de Colombia y Paloma San Basilio de España quien se llevó dicha presentación. Claudia a su pesar de haber podido ser escogida para hacerlo, aprendió la canción de la banda "No llores por mí, Argentina" su primera presentación del tema fue en 1982 en la Media Torta de Bogotá con la orquesta Filarmónica de Bogotá bajo la dirección del maestro Francisco Zumaqué, y de ahí en adelante ha hecho interpretaciones magistrales del tema.
Durante un concierto en San Cristóbal, Venezuela, en la época en que se ventilaba el conflicto del archipiélago de Los Monjes entre Colombia y Venezuela, Claudia hizo un comentario inofensivo que luego le costó un escándalo. “El presidente Carlos Andrés Pérez estaba entre el público y al terminar me aplaudió fervorosamente. Yo, por responder ante su amabilidad, le dije que por qué no me regalaba Los Monjes”. Al día siguiente, todos los periódicos titularon en verde y rojo: “Claudia de Colombia ofendió al pueblo venezolano”, y lo consideraron una afrenta nacional. Asustada e inexperta ante la situación, insistió en hablar con el mandatario pero fue incomunicada por su hotel y decidió irse a buscarlo personalmente. Después del incidente, aunque Pérez le pidió disculpas, la rectificación nunca se hizo en los periódicos y Claudia se volvió más hermética y desconfiada, porque el tema trascendió durante años.
Noel Petro
El cantante popular Noel Petro, más conocido como el `burro mocho’, le compuso a claudia el tema La reina de la cruces. El cantante sostenía que casi se suicida porque ella lo había abandonado, lo que Claudia negó: “A ese señor jamás lo conocí, siempre decía que estaba enamorado de mí pero yo nunca le puse cuidado, es más jamás crucé palabra alguna con ese señor. Sin embargo, hacían montajes con fotos individuales de los dos y hasta le hicieron reportajes para que contara su supuesta historia de amor conmigo”.
Claudia sostiene que la revista Cromos le tendió una trampa citándola para un reportaje, pero sin advertirle que el `burro mocho’ también iría al lugar. A la hora convenida ella vio la nube de fotógrafos acompañados de Noel Petro y alcanzó a devolverse para evitar que consiguieran la anhelada imagen de ellos juntos.
Claudia enfatiza que no estaban de moda los paparazzi, pero que hicieron sus pinitos en frente a su casa día y noche para saber qué hacía, qué comía y cómo era su intimidad. Incluso, el día que se casó con Dumas Torrijos, hijo del general Omar Torrijos, presidente de Panamá, se subieron a los árboles para captar las fotos del matrimonio y de la fiesta.
Yendo por la calleja miserable que para acortar camino al colegio de vez en cuando yo subía, era de siempre que atado a su eterno poste lo veía no tenía nombre, tampoco sombra había soportado lluvias y soles frío y miseria jamás recibió caricia alguna solo la soledad y los maltratos de su amo eran su pan de cada día. En su abandono, como buscando una respuesta a su triste condición en el turbio horizonte su melancólica mirada perdía. Por aquel triste caminito polvoriento y rocoso de las pocas gentes que por ahí pasaban nadie le miraba su cuerpo marchito y triste como una uva seca a los hombres les asqueaba, y como si su rostrito lastimero la vergüenza de los hombres reflejado hubiera el indiferente y aturdido paso aceleraban. Pero yo, que cantando y silbando siempre iba al llegar a aquella cuesta mi ánimo cambiaba mi paso lento y suave se hacía. Siempre había pensado que aquella calleja estaba perdida en el tiempo tan apartada de la realidad estaba que parecía existir como por encanto, pues de aquellas casitas de caña desgarradoras, tambaleantes y azotadas por la miseria que a su alrededor reposaban jamás vi hombre alguno, el ambiente era tétrico el aire parecía contaminado solo aquella alma pura contemplaba mi paso. Al pasar, su mirada como un rayo de luz, en mis desprevenidos ojos penetraba siempre misteriosa e interrogadora y me indagaba no se qué cosas raras. Muchas veces en mi apacible y lento paso pan o fruta le ofrecía y en su pobre inocencia como si mi atención llamar pretendiera, hasta que por la ruda cuesta yo subía, jugando con alguna oportuna mariposa felicidad fingía. Y así pasó el tiempo y mi paso por aquella senda perdida más frecuente se hacía. Pero ayer, anunciando la desgracia una inesperada lluvia turbia y fría mi camino interrumpía, y yo saltando charcos y lodazales con mis cuadernos y libros mojados hasta la cuesta llegué y aquellos ojitos confundidos que durante tanto tiempo mi subir la cuesta habíanme contemplado ya no estaban… un vacío profundo sentí dentro de mí entonces, sin importarme el qué dirán de la gente ni el fango que a cada paso mi uniforme escolar salpicaba lancé mis libros y apresurado como un poseído corrí a cerciorarme lo que había sucedido allí, al acercarme, su cuerpo que yacía muerto contemplarlo pude. La lluvia habíase calmado ya, unas cigarras que confundidas parecían, sobre la yerba fresca del invierno a nuestro alrededor deambulaban. En aquel instante una indescriptible tristeza se apoderó de mí era la pérdida de un hermano lo que mi corazón sentía y en mi arrepentimiento, mezcla de ira y dolor, como pidiéndole perdón por el egoísmo de los hombres a su lado de rodillas caí y así mi último adiós le dí. Las lágrimas de mi callado llanto, entre el agua de lluvia y el fango se confundieron…