... Ningún
pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de
200 millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los
mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos un mismo
mejor destino, y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y
mujeres honrados del mundo entero.
Con lo grande que fue la epopeya de la independencia de América Latina,
con lo heroica que fue aquella lucha, a la generación de
latinoamericanos de hoy les ha tocado una epopeya mayor y más decisiva
todavía para la humanidad. Porque aquella lucha fue para librarse del
poder colonial español, de una España decadente, invadida por los
ejércitos de Napoleón. Hoy les toca la lucha de liberación frente a la
metrópoli imperial más poderosa del mundo, frente a la fuerza más
importante del sistema imperialista mundial, y para prestarle a la
humanidad un servicio todavía más grande del que le prestaron nuestros
antepasados.
Pero esta lucha, más que aquella, la harán las masas, la harán los
pueblos; los pueblos van a jugar un papel mucho más importante que
entonces; los hombres, los dirigentes, importan e importarán en esta
lucha menos de lo que importaron en aquella.
Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas
de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a
escribir las masas progresistas, los intelectuales honestos y brillantes
que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina. Lucha
de masas y de ideas; epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos
maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos
desconocidos hasta hoy, que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos
consideraba rebaño impotente y sumiso, y ya se empieza a asustar de ese
rebaño; rebaño gigante de 200 millones de latinoamericanos en los que
advierte ya a sus sepultureros el capital monopolista yanki.
Con esta humanidad trabajadora, con estos explotados infrahumanos,
paupérrimos, manejados por los métodos de fuete y mayoral, no se ha
contado o se ha contado poco. Desde los albores de la independencia sus
destinos han sido los mismos: indios, gauchos, mestizos, zambos,
cuarterones, blancos sin bienes ni rentas, toda esa masa humana que se
formó en las filas de la “patria” que nunca disfrutó, que cayó por
millones, que fue despedazada, que ganó la independencia de su metrópoli
para la burguesía; esa, que fue desterrada de los repartos, siguió
ocupando el último escalafón de los beneficios sociales, siguió muriendo
de hambre, de enfermedades curables, de desatención, porque para ella
nunca alcanzaron los bienes salvadores: el simple pan, la cama de un
hospital, la medicina que salva, la mano que ayuda.
Pero la hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido,
la vienen señalando con precisión ahora también de un extremo a otro
del continente. Ahora, esta masa anónima, esta América de color,
sombría, taciturna, que canta en todo el continente con una misma
tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar
definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su
sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y
las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras
y sus selvas, entre la soledad, o en el tráfico de las ciudades, o en
las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este
mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por
lo suyo, de conquistar sus derechos casi 500 años burlados por unos y
por otros. Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de
América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han
decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. Ya
se les ve por los caminos, un día y otro, a pie, en marchas sin término,
de cientos de kilómetros, para llegar hasta los “olimpos” gobernantes a
recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de
machetes, de un lado y otro, cada día, ocupando las tierras, fincando
sus garfios en la tierra que les pertenece y defendiéndola con su vida;
se les ve llevando sus cartelones, sus banderas, sus consignas,
haciéndolas correr en el viento por entre las montañas o a lo largo de
los llanos. Y esa ola de estremecido rencor, de justicias reclamada, de
derecho pisoteado que se empieza a levantar por entre las tierras de
Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola irá creciendo cada día
que pase, porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos
los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los
valores, hacen andar las ruedas de la historia, y que ahora despiertan
del largo sueño embrutecedor a que los sometieron.
Porque esta gran humanidad ha dicho “¡Basta!” y ha echado a andar. Y su
marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera
independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente.
¡Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de
Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable
independencia!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
El pueblo de Cuba
La Habana, Cuba,
Territorio Libre de América,
Febrero 4 de 1962