Historia / Conflictos Armados
Jorge Melgarejo - AFGANISTÁN, Crónicas de un corresponsal de guerra. 2002
Cuando un periodista logra atravesar, clandestinamente, las fronteras de Afganistán, los factores que pueden motivarlo a ello van desde la curiosidad personal hasta el afán por conseguir informaciones fidedignas. En un gran porcentaje, los periodistas no desconocen el riesgo ni las posibles consecuencias de su incursión, pues basan sus acciones en conocimientos y experiencias adquiridos en otros conflictos, en la buena suerte y, sobre todo, en la confianza ciega de que si algún suceso extraordinario los alcanzara, podrían contar con la comprobada solidaridad de sus colegas, pero también en más de una ocasión fue lamentablemente necesario que las vicisitudes, cuando no la muerte de un periodista, ocuparan las primeras páginas de los periódicos para que los ojos del mundo se detuvieran, aunque tan sólo fuera por un momento, en una de las regiones más castigadas por un conflicto bélico. El mal, de compleja erradicación, lo es aún más en una zona de difícil acceso. Afganistán, ese país localizado en algún lugar del Asia central, sigue siendo, a pesar de los acontecimientos actuales, desconocido para la gran mayoría. Pero no fueron un sueño los diez años que duró la invasión soviética, los casi seis millones de refugiados hacinados en los países limítrofes, un millón largo de civiles masacrados, las bombas químicas; todo ha sido una realidad, una triste realidad ignorada por la inconsciencia de unos, los intereses de otros y la complicidad voluntaria o involuntaria de todos.
En innumerables ocasiones, durante los últimos años, se ha repetido la misma pregunta: ¿por qué se ha impedido el libre movimiento de los periodistas y no se ha facilitado la labor informativa? La respuesta, por simple, no deja de sorprender, y es el aniquilamiento de la población civil y la utilización de un país indefenso como laboratorio para comprobar la efectividad de bombas químicas y armas que no podían darse a conocer. Las insólitas declaraciones de Smirnov, entonces embajador de la U.R.S.S. en Paquistán, así lo demuestran: “A partir de ahora todos los periodistas que entren ilegalmente en el territorio afgano, serán tratados como prisioneros de guerra y como tales serán juzgados y ejecutados si llegara el caso”.
La falta de información, la fanática defensa o las prudentes y tímidas críticas a las acciones de la U.R.S.S. en la región confundieron a gran parte de la opinión pública e impidieron obtener una base sólida para enjuiciar los acontecimientos sin que nadie, por tanto, se detuviera a valorar en justa medida el juego de intereses que ha rodeado tanto a la historia como al último conflicto bélico en el que se hallaba inmerso el país.
Afganistán no es noticia, se empeñaban hasta hace poco en afirmar algunos directores y jefes de redacción, según sus propios criterios, mientras la población continuaba sufriendo el acoso de los bombardeos y el hambre ocupaba su inamovible posición en las esperanzadas miradas de aquellos que escarbaban dentro de un futuro lleno de incertidumbres.
Ahora que los hechos ocurridos el 11 de septiembre de 2001 han desatado la ira del gobierno estadounidense, las bombas vuelven a caer en las durísimas piedras que cubren la geografía de este país, cuyo destino parece correr siempre hacia el hondo precipicio de la guerra, aunque esta vez las insignias de los aviones sean distintas.
Mientras todo esto sucede, los corresponsales de guerra seguimos lanzándonos por los caminos, trepando montañas y exponiendo el pellejo para relatarle al mundo lo que nadie podría siquiera imaginar.
En innumerables ocasiones, durante los últimos años, se ha repetido la misma pregunta: ¿por qué se ha impedido el libre movimiento de los periodistas y no se ha facilitado la labor informativa? La respuesta, por simple, no deja de sorprender, y es el aniquilamiento de la población civil y la utilización de un país indefenso como laboratorio para comprobar la efectividad de bombas químicas y armas que no podían darse a conocer. Las insólitas declaraciones de Smirnov, entonces embajador de la U.R.S.S. en Paquistán, así lo demuestran: “A partir de ahora todos los periodistas que entren ilegalmente en el territorio afgano, serán tratados como prisioneros de guerra y como tales serán juzgados y ejecutados si llegara el caso”.
La falta de información, la fanática defensa o las prudentes y tímidas críticas a las acciones de la U.R.S.S. en la región confundieron a gran parte de la opinión pública e impidieron obtener una base sólida para enjuiciar los acontecimientos sin que nadie, por tanto, se detuviera a valorar en justa medida el juego de intereses que ha rodeado tanto a la historia como al último conflicto bélico en el que se hallaba inmerso el país.
Afganistán no es noticia, se empeñaban hasta hace poco en afirmar algunos directores y jefes de redacción, según sus propios criterios, mientras la población continuaba sufriendo el acoso de los bombardeos y el hambre ocupaba su inamovible posición en las esperanzadas miradas de aquellos que escarbaban dentro de un futuro lleno de incertidumbres.
Ahora que los hechos ocurridos el 11 de septiembre de 2001 han desatado la ira del gobierno estadounidense, las bombas vuelven a caer en las durísimas piedras que cubren la geografía de este país, cuyo destino parece correr siempre hacia el hondo precipicio de la guerra, aunque esta vez las insignias de los aviones sean distintas.
Mientras todo esto sucede, los corresponsales de guerra seguimos lanzándonos por los caminos, trepando montañas y exponiendo el pellejo para relatarle al mundo lo que nadie podría siquiera imaginar.
Jorge Melgarejo, 2002
Formato: Pdf
Tamaño: 33,7 MB
Páginas: 224
Enlace Alternativo:
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El prólogo está plagado de errores históricos que no se deben sólo a la necesidad de resumen, sino al anticomunismo del autor y a su desconocimiento general de la historia afgana. Parecen que al señor se la contaron al pasar (previo a un filtro yanqui) y él reprodujo lo que recordaba...
ResponderEliminares de gran valor el trabajo de todo corresponsal de guerra, te felicito por el libro y espero que siempre digan toda la verdad sobre lo malo de las guerras, un saludo cordial desde ARGENTINA. ALEJANDRO CORREA
ResponderEliminarComm conectar al autor del libro 👌
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