lunes, 1 de septiembre de 2014

Libros: Sartre visita a Cuba

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Para mí lo primero y mas sobresaliente en la personalidad de Jean-Paul Sartre era su brillante inteligencia y con ella la dialéctica de su pensamiento; la capacidad para vincular los más disímiles y contrapuestos elementos; la coherencia de sus ideas, de las cuales daba incesantes muestras en todo momento y un increíble poder de síntesis. Del mismo modo que no lo vi reír con frecuencia, tampoco dio signos nunca de frivolidad o ligereza. Diríase que la lucidez primaba en cada reflexión, en cada movimiento de su existencia. Daba la impresión de que para él la vida era inobjetablemente una aventura intelectual al punto de que no había persona, acontecimiento u obra de cualquier índole, que no analizara minuciosamente y cuestionara hasta desmenuzarlos sin contemplaciones.

En la despedida de duelo de las víctimas de la explosión de La Coubre.
El autor de este trabajo les traduce el discurso de Fidel

Fui testigo de excepción de no pocos de sus juicios, valoraciones y comentarios al servir en varias ocasiones como intérprete suyo y de su amiga, la gran escritora Simone de Beauvoir, durante las visitas que ambos hicieron a Cuba en febrero-marzo y a fines de octubre de 1960 invitados por el periódico Revolución.

La pugna del gobierno norteamericano contra Cuba se recrudecía y desde su arribo a la Isla se interesaron vivamente en el proceso revolucionario y en los aspectos singulares que lo caracterizaban y lo distinguían. Basta recordar sus apreciaciones o leer nuevamente sus declaraciones a la televisión y a la prensa cubanas, el reportaje "Huracán sobre el azúcar", que primero publicó en el semanario L'Express a su regreso a Francia, su ensayo "Ideología y Revolución", ambos reunidos en un libro con el título de aquél, para corroborar que la de ellos fue una entrega porque cada instante lo experimentaron intensa, apasiosadamente, metidos de lleno, ellos también, en la atmósfera de efervescencia popular que sacudía al país. Que años más tarde hayan manifestado críticas contra las medidas tomadas en el manejo del caso de un escritor, no es de ningún modo como para borrar toda referencia a sus viajes a Cuba. Lo que escribió Sartre sobre la Revolución y en apoyo a Cuba frente a su poderoso enemigo, escrito está y forma parte indivisible de su obra y de la historia de este país. Y lejos de olvidar o censurar sus palabras, sus escritos y su nombre, pienso que es obsoleto entregar los valores que sólo pertenecen al patrimonio cultural de la Isla; tales "obsequios" son propios de posturas y mentalidades hijas de la intolerancia.

Con Fidel en la inauguración de la cuidad escolar Oscar Lucero en Holguín.

Los días cubanos del filósofo y la escritora fueron de exaltación. Quizás uno de los aspectos que más llamó su atención, y que él analizó detenidamente, fue el de considerar que se trataba de una revolución sin ideología. Parecía ser así en el momento de su visita, particularmente la primera de ellas, que se prolongó desde fines de febrero hasta el 22 de marzo. A fuerza de estricta objetividad, es necesario situarla en el contexto exacto y tomar en consideración la coyuntura en que se produce su viaje. No era igual en absoluto febrero-marzo de 1960, fecha en que llegan ala Isla, que agosto de ese mismo año en que se nacionalizan las grandes compañías y los centrales azucareros norteamericanos o mediado de octubre ―justo una semana antes de la llegada de ambos a La Habana en el segundo viaje procedentes de Brasil adonde habían sido invita­dos por el novelista Jorge Amado―, cuando igualmente se nacio­nalizan las industrias y el comercio cubanos. El hostigamiento era constante pero todavía no se había producido la agresión militar en Girón, que tendría lugar justo un año más tarde, ocasión en que se define públicamente el carácter socialista del régimen y, meses más tarde, la adhesión al marxismo-leninismo como su ideología. De todos modos la amenaza de invasión era una realidad, tal como se lo expresara Fidel a Sartre y a Simone de Beauvoir en la losa del aeropuerto adonde hubo de llevarlos y despedirlos. Mientras la tripulación de la nave aérea había retardado su salida en espera de que terminara el diálogo que tenía lugar cerca de la escalerilla, Fidel les informaba que en Guatemala ya estaba concentrada una tropa de contrarrevolucionarios y de que se tenían noticias fidedignas de que la agresión era inminente. Recuerdo que descendíamos en el ascensor del Hotel Nacional y cuando se abrió la puerta allí estaba Fidel; luego, en la ruta hacia el aeropuerto, quiso mostrarle a los invitados el centro escolar de Ciudad Libertad construido donde antes estuviera el campamento militar de Columbia y que había sido inaugurado semanas antes.

Pero en la estrategia que hasta entonces se seguía, que a su vez era táctica, es decir, la de la riposta cubana a cada medida hostil de Washington, ¿quién hubiera podido negar el manifiesto nacionalismo y la poderosa corriente antimperialista que sustentaban sus más connotados dirigentes?

A fines de la década de los cuarenta y en la de los cincuenta, Sastre era uno de los intelectuales más influyentes de la época. No sólo por su obra filosófica, por sus novelas y por su exitosa trayectoria como dramaturgo, sino, sobre todo, por su postura política y ética. Hombre de izquierda, su actitud crítica lo hizo coincidir en ocasiones con organizaciones también de izquierda, pero en otras discrepaba abiertamente desde las publicaciones del mismo signo o desde las páginas de Les Temps Modernes, revista que fundó y dirigió durante muchos años. Aún es tema recurrente su teoría del compromiso del intelectural con la socie­dad y con su tiempo.

La prensa destacó la visita de Sastre y Simone de Beauvoir a Cuba

Yo no lo conocía personalmente cuando vino a Cuba, pero sí había leído algunas de sus obras y había visto en París, en salitas del Barrio Latino, dos de sus piezas de teatro. Seguí su trayectoria y leí sus polémicas, como miles de jóvenes atentos al movimiento de las ideas avanzadas en aquel tiempo marcado también por el macartismo, el stalinismo y la confrontación este-oeste. Incluso, en mi novela La búsqueda, el exergo de las dos primeras ediciones, de 1961 y 1962, lo había tomado de La Náusea, una de las novelas de Sartre, y rezaba así: "érase un pobre tipo que se había equivo­cado de mundo". Veinte años después, en 1982, en la tercera edición, todavía seguía planeando alguna bruja rezagada del tiempo gris y había que cazarla porque el editor o alguien, demasiado celoso de sus atribuciones, simple y llanamente lo suprimió y, con él, por supuesto, el nombre del autor. Bastaría detenerse en el recorrido que hicieron Sastre y la Beauvoir por casi toda la Isla para darse cuenta de que su interés fundamental era verse atrapados y atrapar ellos también el significado de la tromba revolucionaria.

En La Habana y en provincias, todo el tiempo nos acompañó Korda que logró acumular un rico testimonio gráfico de la presencia de ambos en nuestro país. No olvido que estábamos en la tribuna donde hablaría Fidel en la inauguración de la ciudad escolar Oscar Lucero de Holguín, donde se vivieron momentos de verdadera tensión porque había sido avistada una avioneta no identificada. Al parecer se dieron cuenta de que algo anormal estaba ocurriendo y a petición suya hube de traducir los comentarios en ese sentido pero Sartre y la Beauvoir, que saboreaban un helado de mango en su barquillo, impertérritos, no dieron señal alguna de inquietud. Al terminar el discurso fueron presentados a Fidel con quien sostendrían varias entrevistas en ambos viajes.

También estuvieron en la tribuna durante el sepelio de las víctimas de la explosión de La Coubre. Muy próximo a ellos estaba el Che, precisamente en el instante en que Korda lo fotografió y esa imagen, después de su caída en Bolivia, se convertiría en la foto más famosa y difundida de la historia.

Eran días en que se multiplicaban los golpes y contragolpes políticos, económicos y el asedio a Cuba no daba tregua; los acontecimientos se precipitaban. Sartre lo escribiría en el famoso reportaje sobre su viaje: "era imposible vivir en aquella isla sin participar en la tensión unánime".

No sé si lo descubrieron en ese viaje, o en otro anterior que hizo Sartre a La Habana en 1949, lo cierto es que en medio de los calores de aquellos días, los dos bebían a veces el refrescante daiquirí. Sin embargo, hubo de impactarle el hecho, y así lo diría, del alto índice de abstinencia alcohólica entre los cubanos, contrariamente a lo que estaba ocurriendo en Francia donde crecía aceleradamente el consumo de vino y su terrible secuela.

De madrugada en el Mercado Único a ingerir sopa china y arroz frito

En otras ocasiones él prefería que le sirvieran jugo de naranja, tal como lo vi en el agradable entorno del patio de la casona de la familia Ruíz Bravo en Estrada Palma (hoy Félix Pena) número 357, en Santiago de Cuba. Toda la familia, el doctor Ruíz Velasco, su esposa Esperanza Bravo y los once hijos habían tenido una extraordinaria participación durante la insurrección. Haydée Santamaría había llamado desde La Habana rogándole a la familia que atendiera a los connotados intelectuales franceses. Creó que esa fue la ocasión en que a todos se nos hizo evidente lo que es la real hospita­lidad porque pocas veces he visto mayor dedicación e interés de toda una familia para que sus ilustres huéspedes se sintieran como en casa. Desde la llegada hasta la despedida en el aeropuerto, pasando por las conversaciones en ese patio donde Esperanza Bravo dialogaba con ellos en un francés muy fluido; sus visitas a la tumba de Martí en Santa lfigenia, al barrio marginal de San Pedrito y al reparto Nuevo Vista Alegre que se estaba edificando para sus moradores y que hubo de conmoverlos fuertemente; o los encuentros que tuvieron con algunos profesores de la Universidad de Oriente. Todo estaba regido por el propósito de la familia Ruíz Bravo de hacer lo más grata posible su estancia en esa ciudad.

A esto se sumaron algunos detalles técnicos, pintorescos e inesperados. Resulta que al reservar Margarita Ruíz dos habitaciones para ellos en el hotel Casagranda, nunca imaginó que les vería en los rostros la expresión de desagrado. A juzgar portal reacción deseaban compartir la misma pieza. Pero ella, respetuosa y delicada, al no conocer con precisión el status de la pareja ―como no lo conocía nadie, salvo ellos y sus íntimos, a decir verdad― sabiamente y cubanamente optó por separar dos habitaciones. Se sabía que formaban una pareja unida desde hacía muchísimo tiempo pero nada más. Y esa pareja, como otras no menos conocidas en la historia de la literatura, pudo haber sido estrictamente intelectual y nada más. Estaba claro que probablemente aplicaban con fidelidad algunas ideas muy propias sobre la libertad en las formas de relación de la pareja. Menos mal que la tormenta sólo duró un instante.

En la visita al Morro de Santiago de Cuba les sirvió de guía el profesor Prats Puig. A la salida el calor era tan sofocante que los invitamos a beber algo que refrescara en un café situado frente a esa fortaleza que domina la bahía. Había allí una victrola Wurlitzer y Korda seleccionó un número bailable y movidito, introdujo la moneda, presionó el botón y se acercó al grupo dando pasillos de bailarín cubano, extendió la mano hacia la Beauvoir invitándola a bailar. Esa mujer, tan seria siempre, empezó a recular y a recular y a huirle a Korda, como al diablo, que con inaudito desenfado seguía invitándola: Vamos, vamos, que te voy a enseñar bailes cubanos. Ella seguía reculando hasta el mostrador y nos miraba espantada a Sartre, a las hermanas Ruíz Bravo, a Juan Francisco Ibarra, a Lisandro Otero y a mí que los acompañábamos, como pidiendo auxilio. Korda llegó hasta ponerle la mano en la cintura tratando de incitarla a bailar pero se dio cuenta de que la mujer estaba aterrada. Después, como siempre, la broma criolla suavizó el ambiente tan grato en que se desenvolvía la visita.

Alguien le preguntó a Sartre si podría escribir sistemáticamente en un país con un clima tan caluroso como el de Cuba. Por supuesto que sí, respondió. Ello no influiría para nada. Sus palabras las hacía realidad muchas noches, por no decir casi todas, ya que declinaba invitaciones de toda especie que no le aportaran al trabajo que ya se había propuesto escribir sobre Cuba. Se retiraba entonces a su habitación a escribir las notas de las observaciones y reflexiones sobre lo ocurrido ese día.

Sin embargo, no se privó de conocer algunos de los lugares que habían contribuido a mitificar a La Habana de noche en aquellos tiempos, como por ejemplo, irse de madrugada a tomar sopa china y a comer arroz frito en el Mercado Único. Excepto, claro está, su entrevista con el Che que tuvo lugar justo a medianoche en el inmenso salón de la presidencia del Banco Nacional de Cuba en la Habana Vieja. El Che les brindó café y le ofreció un tabaco a Sartre que él mismo tuvo la amabilidad de encerderle. Recuerdo que agarraba el tabaco con timidez, por no decir con temor, como si intentara adaptarse a esa nueva experiencia, muy diferente de la de fumar cigarros, que más que tomar entre los dedos daba la sensación de que los abracaba. Esa vez no tuve necesidad de traducir porque el Che hablaba un francés correcto. Durante casi dos horas conversaron sobre asuntos de muy diversa índole aunque se centró en las relaciones de Cuba con los Estados Unidos, las medidas y contramedidas que en aquellos momentos las caldeaban. No recuerdo si esa misma noche o días más tarde, Sartre aseveró y posteriormente escribió que "si los Estados Unidos no existieran, quizás la Revolución Cubana los inventaría: son ellos los que le conservan su frescura y su originalidad".

Una vista de la bahía santiaguera desde El Morro

Transcurridos varios días de estancia en Cuba, quienes los atendíamos habíamos observado en ellos tal seriedad y rigor en su trabajo que nos preguntábamos si realmente podía interesarles o entusiasmarles asistir a Tropicana a presenciar su archifamoso espectáculo, convertido ya en un mito internacional. En aquellos momentos lo montaba y dirigía todavía el famoso coreógrafo Rodney, nombre artístico de Roderico Neira. En el show, como característica que perdura aún en estos tiempos, sobresalía la hermosura de las despampanantes modelos de un espectáculo a todas luces influenciado por las grandes producciones musicales de Broadway sin desestimar el toque hollywoodense. Y una vez que callaron los tambores y las trompetas y las bailarinas, bailarines y modelos regresaron a los camerinos, y se disipó el humo que los envolvía, el filósofo nos dio una disertación acerca del programa que habíamos visto, acerca del cabaret como institución y, sobretodo, hizo una muy seria reflexión a propósito de la autenticidad o no del espectáculo. Y para ello fue analizando, describiendo y cuestionando cada uno de los componentes, el asunto, la proyección, las partes y los protagonistas principales de aquel burbujeante musical que, sin discusión, seguía un patrón ya reiterado hasta el cansancio. Era muy sugestivo, intelectualmente hablando, su método y el flujo de su pensamiento capaz de desmontar un fenómeno como aquel que podía parecer tan trivial.

En el curso de su segundo viaje que tuvo lugar, si mal no recuerdo, entre el 22 yel28 de octubre, Sartre observó por la vía tan sencilla y transparente de escuchar y conversar con la gente, que en la Isla se habían producido, de marzo a esa fecha, cambios muy serios y muy importantes. Una mañana viajamos al central Amistad con los Pueblos en la región de Güines. Había pertenecido en el pasado al magnate Gómez Mena y hubo de ser nacionalizado. Conversó con los obreros y los dirigentes políticos, administrativos y sindicales de esa industria. Al regreso a La Habana en el auto explicó el proceso de radicalización que había observado, tan sólo de escuchar a sus interlocutores y los términos que utilizaban. Describió entonces las dos variantes del optimismo y que él calificaba como el optimismo blando y el optimismo duro. El blando era el de la exégesis, el de la admisión o el de la imposición de consignas o lemas que tienen una base y un fundamento más escolástico que revolucionario. El optimismo duro es el de quien asume la justeza de la causa y de los objetivos a alcanzar, pero a su vez, está plenamente consciente de que a pesar del cúmulo de dificultades, accidentes y luchas por enfrentar, con espíritu crítico, fuerte y lúcido, en algún momento, a corto o a largo plazo, se logrará una victoria que generará nuevos empeños y nuevos enfrentamientos y otra victoria que a su vez... porque ese es el destino de todo revolucionario. Sartre, escribiría, quizás pensando en revoluciones como la francesa, la rusa y la mexicana, que "la exterminación (en una revolución) del adversario y de algunos aliados no es inevitable, pero es prudente prepararse para ella. Después de eso, nada garantiza que el nuevo orden no será aplastado en el huevo por el enemigo de adentro y de afuera, ni que el movimiento, si es vencedor, no será desviado por sus combates y por su propia victoria".

Una mañana de domingo fueron invitados a compartir con un grupo de escritores y artistas. El encuentro se produjo en la terraza y más tarde a la sombra de una arboleda cercana a la que fuera la casona de descanso del pintor Luis Martínez Pedro en lo alto de la loma que domina la playa de Jibacoa. Como en la mayoría de sus conversaciones los temas predominantes eran la política y también la cultura. Contemplado en la perspectiva del tiempo me llama la atención que Simone de Beauvoir, en términos generales, fue excesivamente discreta en esas reuniones. Imagino que prefería dejar que fuera Sartre quien se manifestara, a pesar de ser ella una de las grandes escritoras del siglo XX.

En el mausoleo de Martí en Santa Ifigenia

Cada pregunta que se le formulaba a Sartre, salvo raras excep­ciones, estaba relacionada con la candente realidad cubana. En algún momento se refirió a un experimento reciente del que había sido testigo: el de campesinos franceses que manifestaban sus vivencias personales y sociales y sus preocupaciones a través de actuaciones teatrales. Momento en el que se habló de los intentos para organizar en Cuba un movimiento de aficionados que, a juzgar por los métodos que se usaron en su implementación y por los resultados, éstos distaron mucho de los argumentos que se esgrimieron esa mañana. Quizás los voceros de tales proyectos estaban pensando ingenuamente en suplantar a los auténticos creadores. Como si los artistas, los escritores o la cultura de un país se pudieran improvisar tan caprichosa como festinadamente.

En esos días presenció una función de Mulato, de Ramiro Guerra, por el Conjunto de Danza Moderna y, en varias ocasiones, insistió en que el folclor en Cuba podía ser recuperado por los jóvenes y fundirse con la cultura moderna sin que perdiera su carácter. Aunque el empeño era difícil, sobretodo en Cuba por la riqueza de su folclor, valía la pena intentarlo. También insistió en que en lo referente al teatro había que crear mitos y que éstos surgirían de la propia vida. Y subrayaba que era necesario huir de la inmediatez y que había que ir al mito, que era lo más profundo y perdurable. Los tres caminos para llegar a él, según puntualizara en entrevista que le hizo Humberto Arenal para Revolución, eran a través de la historia de la Revolución, a través de la cultura y por un análisis de la vida cotidiana. De todos modos, para él la cultura no podía desinteresarse del mundo en que estaba inmersa, por lo tanto, debía desempeñarse activamente exponiendo los problemas y los conflictos de su tiempo, seguramente una de las formas más profundas y eficaces de enriquecer espiritualmente esa realidad.

Porque ―como escribiría― "si consideramos que el hombre es la superación constante de las contradicciones, entonces podemos llegar a ser optimistas". 

Jaime Sarusky

Este trabajo fue escrito para la revista Revolución y Cultura, No. 5/97. Año 36.
 




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