El Modernismo fue una corriente hispanoamericana cuyas orillas o límites temporales se extendieron, más o menos, de 1880 a 1910. Tres decenios apenas. Eso especialmente se explica por la celeridad con que cobré cuerpo en todo el continente, desde México hasta la Argentina. Halló un entusiasmo unánime. Y, evidencia poco frecuente, una común aptitud lírica en las generaciones de muchos países. Cada uno de ellos pudo exhibir sus propios valores. Difícil es precisar si hubo una espontánea promoción de virtudes de refinamiento en la sensibilidad y el tacto literario de aquellos autores, o si la atmósfera del nuevo movimiento comunicó esas características a la mayor parte de ellos, pero resulta indiscutible la condición altamente estética del Modernismo. Se hicieron demostraciones de muy depurada calidad tanto en la prosa como en el verso. Poemas impecables. Cuentos de extremada finura. Novelas de acabado estilo. Crónicas y ensayos en que la luz intelectual cabrillea en la onda verbal rítmica y transparente. Innecesario es quizás el citar, siquiera como prueba parcial, los nombres de Darío, Gutiérrez Nájera, Larreta, Gómez Carrillo, Martí y Rodó. La rapidez con la que pasó el Modernismo por el horizonte completo de Hispanoamérica no significa, desde luego, que haya carecido de trascendencia o de gravitación en el futuro. A pesar del reclamo dariano de que cada uno busque su propia originalidad, rehuyendo la tentación simiesca de la imitación, y en desacuerdo con el parecer de Unamuno de que no se debía hablar de Modernismo sino de modernistas, la corriente tuvo caracteres homogéneos que aseguraron su vasta unidad en el continente. Uno solo fue su credo estético. Y muy semejante el fondo mental y afectivo de los autores. De ese modo la importancia del modernismo como fenómeno global es evidente, y lo es también la duradera consecuencia que produjo. Algunas de las conquistas literarias de los últimos tiempos parten de aquella feliz experiencia.
En el Ecuador hubo también una generación modernista. Y no desdeñable como parece suponerlo el investigador Max Henríquez Ureña. Lo que ocurrió fue que tales poetas ecuatorianos nacieron en la década del apogeo del movimiento en el resto de Hispanoamérica, y cuando escribieron sus primeros versos la hoguera ya se había extinguido. Nuevas modalidades reclamaban la atención de todos. Gustadas las perfecciones estilísticas, registradas las extrañas predilecciones del alma (las esquiveces frente a las demandas ordinarias del ambiente, la abulia, la melancolía y la desazón metafísica), a través de los principales autores, poca o ninguna sugestión debió despertar ya la suma de alardes formales y de doliente exquisitez espiritual de los modernistas del Ecuador, llegados con fatal demora. Pero, por su avidez de las fuentes francesas, por su devoción a los fundadores del Modernismo hispanoamericano, por su fina conciencia del estilo, por la espontánea inclinación morbosa del temperamento, tan común en los años finiseculares, se incorporaron con características uniformes a ese movimiento. Y, como en los demás casos nacionales, ayudaron a mostrar el camino de las transformaciones que se han ido logrando en la presente centuria. Bastante conocido es el origen posromántico del Modernismo hispanoamericano. Apareció como una crisis del romanticismo, ni más ni menos que las tendencias europeas de fin de siglo. Pero no fue un fruto de la intransigencia. Conciliatorias eran las señales de su bandera. No venía a mirar al pasado como un campo enemigo. Ni a los frentes que surgían en su mismo tiempo. Mejor que suprimir a ciegas cuanto se hallaba en pie a su alrededor, era respetar lo bueno y recibir inteligentemente su legado.
La cultura era una divisa modernista. La capacidad de asimilación uno de los mejores bienes. El éxito estaba en saber discernir, en saber valorar y elegir. La figura máxima del Modernismo -Rubén Darío- daba el fecundo ejemplo: fundía en una nueva realidad los elementos del romanticismo, del simbolismo, del parnasianismo, del naturalismo, O sea de todo aquello que ofrecía el laboratorio intelectual de Francia. Para conseguirlo era menester la condición superior de Darío, que reducía a una admirable unidad lo múltiple y desemejante, y mostraba el camino a su espontáneo discipulado americano. Igual destreza reveló enlazando los recursos formales más antiguos de la poesía castellana con los acentuadamente modernos y revolucionarios.
Los modernistas ecuatorianos conocían lo que con tanta brillantez se había logrado bajo el ademán conductor de Darío, a lo largo del continente. Pero conocían también a los representantes de los movimientos franceses, simbolista y parnasianista especialmente. Además, en el Ecuador mismo ya contaban con un predecesor—Francisco Fálquez Ampuero—, buen cincelador de la marmórea estrofa parnasiana. Y dos miembros de la generación anduvieron por Europa con un sutil don de percepción: Arturo Borja y Ernesto Noboa Caamaño. Asimilaron entonces de manera directa expresiones poéticas de aquellas tendencias y la actitud inadaptada, enfermiza, de algunos de sus autores. Ello les comunicó afinidad con los grupos modernistas que hacía poco habían declinado en las otras naciones de Hispanoamérica. Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Samain, Laforgue fueron nombres que se invocaron familiarmente entre los poetas de esa generación ecuatoriana. La elegancia en la frase lírica, el sortilegio musical, el trémolo de los amores infortunados, la ansiedad de partir hacia horizontes desconocidos, un hastío prematuro de todo, les hizo coincidir en sus preferencias de poetas y aun en sus destinos humanos. Hubo entre ellos una evidente unión generacional. Por eso el que juzga al Modernismo en el Ecuador tiene que apreciar de modo insoslayable a sus cuatro autores representativos: Arturo Borja, Ernesto Noboa Caamaño, Humberto Fierro y Medardo Ángel Silva. Fueron semejantes hasta en su tragedia personal: los cuatro murieron jóvenes, y dos de ellos -Borja y Silva- se suicidaron antes de cumplir sus veintiún años. La brevedad de esas vidas, la atmósfera de bohemia en que se aniquilaron y el desprecio hasta a la notoriedad literaria conspiraron sin duda contra la plenitud y extensión de la obra que los modernistas ecuatorianos habrían dejado. Arturo Borja poseyó una legítima naturaleza de escritor, explícita en tres o cuatro de sus mejores poemas, pero no alcanzó la madurez que merecía. Humberto Fierro amó la selección, el verso trabajosamente pensado, que destella en ciertas expresiones afortunadas pero descubre el artificio y la rigidez en otras. Careció de la exaltación lírica de sus compañeros. Medardo Ángel Silva fue el que mejor llegó a la sensibilidad popular, el más ambicioso de todos. Se le reconocían aptitudes geniales. Hizo poemas admirables, pero a menudo cayó también en la creación mediocre, consecuencia de la prisa y la excesiva juventud. El más completo de la generación fue Ernesto Noboa Caamaño. Poseyó como ninguno la técnica del verso. Fue el más homogéneo. El que mejor se acoplé al Modernismo hispanoamericano. Y sigue siendo uno de los poetas líricos más notables del Ecuador.
Galo René Pérez.
Arturo Borja
(1892-1912)
Arturo Borja es el más musical de los poetas modernistas ecuatorianos. Para todo, hasta para los más oscuros y dolorosos sentimientos de melancolía y tedio, halla formas melódicas brillantes. Y dado a esa sostenida musicalización de los motivos, ensaya y combina con capricho versos de variadas medidas y ritmos de insólitos efectos. A todo ello se debe su fina calidad sonora, de tan mágicas resonancias, “Primavera mística y lunar”. Aprendió, de modo ejemplar, este raro adolescente la lección parnasiana y simbolista y rodeó sus impresiones estéticas y evocaciones culturales de un clima de admirable refinamiento. Al estilo de la bella postal a Lola Guarderas. Pero generalmente su paleta, reducida, está asordinada; su color tiene algo de delicuescense y casi desvaído. Y lo plástico se reduce a imaginaciones y vagos ensueños: el mundo exterior le producía hastío. Y acabó por escapar a él, tan prematura como dolorosamente. Poemas como “A Misteria” dejan entrever, a una luz de sobrecogedoras livideces, las honduras hacia las que señalaba el timón de su frágil nave. ¡Qué formidables imágenes las de esos últimos cuatro alucinantes versos!
EPÍSTOLA
Al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño!
Límpido caballero de la más limpia hazaña
que en la Época de Oro fuera grande de España
y que en la inquietud loca de estos tiempos, huraño
tornóse, y en el campo cultiva su agrio esplín.
Hermano-poeta, esta vida de Quito,
estúpida y molesta, está hoy insoportable
con su militarismo idiota e inaguantable.
Figúrate que apenas da uno un paso, un ¡alto!
le sorprende y le llena de un torpe sobresalto
que viene a destruir un vuelo de Pegaso
que, como sabes, anda mal y de mal paso
cuando yo lo cabalgo, y que si alguna vez,
por influjo de alguna dama de la blanca tez,
abre las alas líricas, le interrumpe el rumor
«municipal y espeso» de tanto guerreador.
[...]
Luego después las fieras de los acreedores
que andan por esas calles como estranguladores
envenenando nuestras vidas con malolientes
intrigas, jueces, leyes y miles de expedientes
y haciendo el cuotidiano horror más horroroso.
¿Qué fuera de nosotros sin la sed de lo hermoso
y lo bello y lo grande lo noble? ¡Qué fuera
si no nos refugiáramos como en una barrera
inaccesible, en nuestras orgullosas capillas
hostiles a la sorda labor de las cuchillas!
Tu dijiste en momento de genial pesimismo:
«Vivir de lo pasado... oh sublime heroísmo! »
A LOLA GUARDERAS DE CABRERA
Te haré una rima de encaje con sutil hilo de luna,
cantaré a tus ojos puros una canción de cristal
y soñaré con el coro de tus cabellos en una
mañana primaveral.
[...]
Te evocaré yo a la grupa de un negro corcel de ensueño.
conducido por el mago caballero Lohengrín.
Tendrán tus hondas pupilas ese místico beleño
de las vírgenes del Rhin.
Serás una dogaresa veneciana. Por la noche
te cantará barcarolas algún pobre trovador,
y se unirá a la del bardo que te dice su reproche
la canción del ruiseñor.
[...]
...y repasando tus sueños por ignoradas, riberas,
en la tarde, bajo el fuego del crepúsculo estival,
recordarás a un bohemio que un día quiso que oyeras
una canción de cristal.
PRIMAVERA MÍSTICA Y LUNAR
(A VÍCTOR M. LONDOÑO)
El viejo campanario
toca para el rosario,
Las viejecitas una a una
van desfilando hacia el santuario
y se diría un milenario
coro de brujas, a la luna.
Es el último día
del mes de María.
Mayo en el huerto y en el cielo:
el cielo, rosas como estrellas;
el huerto, estrellas como rosas...
Hay un perfume de consuelo
flotando por todas las cosas.
Virgen María, ¿son tus huellas?
Hay santa paz y santa calma...
sale a los labios la canción...
El alma
dice, sin voz, una oración.
Canción de amor,
oración mía,
pálida flor
de poesía.
Hora de luna y de misterio,
hora de santa bendición,
hora en que deja el cautiverio
para cantar, el corazón.
Hora de luna, hora de unción,
hora de luna y de canción.
La luna
es una
llaga blanca y divina
en el corazón hondo de la noche.
¡Oh luna diamantina,
cúbreme! ¡Haz un derroche
de lívida blancura
en mi doliente noche!
¡Llégate hasta mi cruz, pon un poco de albura
en mi corazón, llaga divina de locura!
[...]
El viejo campanario
que tocaba al rosario
se ha callado. El santuario
se queda solitario.
PARA MÍ TU RECUERDO
Para mí tu recuerdo es hoy como la sombra
del fantasma a quien dimos el nombre de adorada...
Yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra,
pues no me debes nada, ni te reprocho nada.
Yo fui bueno contigo como una flor. Un día
del jardín en que solo soñaba me arrancaste;
te di todo el perfume de mi melancolía,
y como quien no hiciera ningún mal me dejaste...
No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza,
esta tristeza enorme que me quita la vida,
que me asemeja un pobre moribundo que reza
a la Virgen pidiéndole que le cure la herida.
A MISTERIA
¡Oh, cómo te miraban las tinieblas,
cuando ciñendo el nudo de tu abrazo
a mi garganta, mientras yo espoleaba
el formidable ijar de aquel caballo,
cruzábamos la selva temblorosa
llevando nuestro horror bajo los astros!
Era una selva larga, toda negra:
la selva dolorosa cuyos gajos
echaban sangre al golpe de las hachas,
como los miembros de un molusco extraño.
Era una selva larga, toda triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
El espumante potro galopaba
mojando de sudores su cansancio,
y ya hacía mil años que corría
por aquel bosque lúgubre. Mil años!
Y aquel bosque era largo, largo y triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
Y era tu abrazo como un nudo de horca,
y eran glaciales témpanos tus labios,
y eran agrios alambres mis tendones,
y eran zarpas retráctiles mis manos,
y era el enorme potro un viento negro
furioso en su carrera de mil años.
Caímos a un abismo tan profundo
que allí no había Dios: montes lejanos
levantaban sus cúspides, casqueadas
de nieve bajo el brillo de los astros,
(el poema ha quedado para siempre inconcluso).
MADRE LOCURA
¡Madre Locura! Quiero ponerme tus caretas.
Quiero en tus cascabeles beber la incoherencia,
y al son de las sonajas y de las panderetas
frivolizar la vida con divina inconsciencia.
¡Madre Locura! Dame la sardónica gracia
de las peroraciones y las palabras rotas.
Tus hijos pertenecen a la alta aristocracia
de la risa que llora, danzando alegres jotas.
Sólo amargura traje del país de Citeres...
Sé que la vida es dura, y sé que los placeres
son libélulas vanas, son bostezos, son tedio...
Y por esto, Locura, yo anhelo tu remedio,
que disipa tristezas, borra melancolías,
y puebla los espíritus de olvido y alegrías...
VOY A ENTRAR AL OLVIDO
Voici la masque pour la fête de mensonge.
Henry de Régnier
(A Francisco Guarderas)
Hermano, si me río de la Vida y sus cosas
notarás en mi risa cierto rezo de angustias,
sentirás las espinas que hay en todas las rosas,
comprenderás que casi mis flores están mustias.
Yo pongo a los cipreses de mi sendero,
ahora, una doliente gracia contradictoria y llena
de la azul ironía que aprendí de la Aurora
que es hija de los rojos Crepúsculos de pena.
Se apagaron aquellos ojos que me sonrieron
diabólicos y brujos detrás de una ventana,
y esta tarde yo he visto que en mi jardín murieron
pobres rosadas rosas que enterraré mañana.
Indiferentemente tiene mi herida abierta
el dorado veneno que me dio esa mujer:
Voy a entrar al olvido por la mágica puerta
que me abrirá ese loco divino: ¡Baudelaire!
ROSA LÍRICA
Para Laurita Sánchez
Prende sobre tu seno esta rosada rosa,
ebria de brisa y ebria de caricia de sol,
para que su alma entera se deshoje amorosa
sobre la roja y virgen flor de tu corazón.
Tu hermana Primavera cante un aria gloriosa
ensalzando tus quince años en flor;
y las Hadas, en coro, celebren la armoniosa
gracia de tu mirada de luz y de fulgor.
Que el Ideal te guíe por todos sus caminos,
él, a su vez, guiado por tus ojos divinos
y que anide por siempre en tu alma el amor,
para que sea tu vida bella como la rosa
rosada y perfumada que se muere amorosa
sobre la roja y virgen flor de tu corazón.
BAJO LA TARDE
¡Oh! tarde dolorosa que con tu cielo de oro
finges las alegrías de un declinar de estío.
¡Tarde! Las hojas secas en su doliente coro
van llenando mi alma de un angustioso frío.
La risa de la fuente me parece ser lloro;
el aire perfumado tiene aliento de lirios;
añoranzas me llegan de unos viejos martirios
y a mi mente se asoman unos ojos que adoro...
Negros ojos que surgen como lagos de muerte
bajo la sombra trágica de un cabello obsidiano,
¿Por qué esa obstinación en dejar mi alma inerte,
turbando mis deliquios con su mirar lejano?
... Sigue fluyendo pena de la fuente sonora...
Ha llegado la noche... Pobre alma mía, ¡llora!
VISIÓN LEJANA
A Ernesto Noboa
¿Qué habrá sido de aquella morenita,
-trigo tostado al sol- que una mañana
me sorprendió mirando a su ventana?
Tal vez murió, pero en mí resucita.
Tiene en mi alma un recuerdo de hermana
muerte. Su luz es de paz infinita.
Yo la llamo tenaz en mi maldita
cárcel de eterna desventura arcana.
Y es su reflejo indeciso en mi vida
una lustral ablución de jazmines
que abre una dulce y suavísima herida.
¡Cómo volverla a ver! ¿En qué jardines
emergerá su pálida figura?
¡Oh!, amor eterno el que un instante dura!
¡MELANCOLÍA, MADRE MÍA!
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.
Yo, soy el rey abandonado
de una Thulé dorada donde nunca viví
y al verme pobre y desterrado
vuelvo los ojos hacia ti.
Melancolía, tú eres buena,
tú aliviarás este dolor;
para esta pena,
serán tus lágrimas de amor.
¿Qué me ha quedado de aquella hora
primaveral?
La melodía pasó.
Ahora sólo hay un eco funeral.
¿Y la mujer a quien quisimos?
¡Ay! Se fue ya.
¿Y la mujer que en sueño vimos?
Nunca vendrá.
[...]
Y así, la vida: las estrellas
mintiendo amores con su luz,
cuando muy bien pudiera que ellas
sean los clavos de una cruz.
[...]
Melancolía, madre mía,
en tu regazo he de dormir,
y he de cantar, melancolía,
el dulce orgullo de sufrir.
VAS LACRIMAE
Para Alfonso Aguirre
La pena... La melancolía...
La tarde siniestra y sombría...
La lluvia implacable y sin fin...
La pena... La melancolía...
La vida tan gris y tan ruin.
¡La vida, la vida, la vida!
La negra miseria escondida
royéndonos sin compasión
y la pobre juventud perdida
que ha perdido hasta su corazón.
¿Por qué tengo, Señor, esta pena
siendo tan joven como soy?
Ya cumplí lo que tu ley ordena:
hasta lo que no tengo, lo doy...
MUJER DE BRUMA
Comme le souvenir
d'un grand cygne de neige
aux longues,
longues plumes.
Samain.
Fue como un cisne blanco que se aleja
y se aleja, suave, dulcemente
por el cristal azul de la corriente,
como una vaga y misteriosa queja.
Me queda su visión. Era una vieja
tarde fría de lluvia intermitente;
ella, bajo la máscara indolente
de su enigma, cruzó por la calleja.
Fue como un cisne blanco. Fue como una
aparición nostálgica y alada,
entrevista ilusión de la fortuna...
Fue como un cisne blanco y misterioso
que en la leyenda de un país brumoso,
surge como la luna inmaculada.
Humberto Fierro
(1890-1929)
En Humberto Fierro damos con la actitud más estetizante del modernismo ecuatoriano. Señorial en sus maneras líricas y celoso de la perfección formal, no es, sin embargo, frío, ni mucho menos. Es un simbolista de corazón unas veces trémulo (¡esos dos últimos versos de “El fauno”!), otras vibrante (el júbilo interior de “Pascua de resurrección”). El poeta, dado, como todos sus compañeros, a saborear tedios y amarguras, sabía que el arte tiene sus poderes y ama las distancias. Y recató sus sentimientos en la rica alusión cultural. Solo el hastío de vivir y la melancolía pusieron una pátina nostálgica en todos esos castillos, cacerías, ojivas de piedra, selvas, náyades, faunos, antigüedades y lacas. Convirtieron lo que en manos de un parnasiano pudieron haber sido espléndidos paneles en postales un tanto tristes de asordinada música. Jugó con las tintas más añejas y nostálgicas de Wateau, Corot y Fragonard, sólo para terminar por sumirse en la más dolorosa desnudez del sentimiento. Apenas un matiz de contención y densidad intelectual separa “Dilucidaciones” de los cantos desgarrados de Noboa Caamaño.
A CLORI
Para que sepas, Clori, los dolores
Que tus ojos divinos me han causado,
Dejo escrito en el álamo agobiado
del valle de las fuentes y las flores.
Ni en las églogas tienen los pastores
Una amada que más hayan soñado,
Ni Paolo a Francesca ha contemplado
Bajo lunas más nítidas de amores.
Y así fuera en tu espíritu querido
La Pluvia que Dánae recibiere,
O muriendo como Atys en olvido.
O triste como Sísifo estuviere,
Te diré con mis versos al oído
El Amor es un Dios que nunca muere.
EL FAUNO
Canta el jilguero. Pasó la racha.
Entre los mirtos resuena el hacha.
La rosa mustia se inclina loca
Sobre su fuente, cristal de roca.
El fauno triste de alma rubia
Tiene en sus ojos gotas de lluvia.
NAVEGANDO
Son las tardes de zafiro
que idealiza el plenilunio,
¡hermosas tardes de junio
de hálito como un suspiro!
Tan azules que en las sumas
claridades de los cielos,
son los montes terciopelos
suspendidos en las brumas.
Y el Poniente, todo brillo,
se desangra en amapolas,
propicio a las barcarolas
como un otoño amarillo...
Pensativo en mis ayeres
muchas veces, como antes,
he buscado esos instantes
en la barca de Citeres.
Mas de esa época florida
sólo quedó la tristeza
que deshoja la Belleza
en la copa de mi vida.
PENSIEROSO
Hay flores que resaltan en la grama
de los templos caídos, tristemente
como surge en el fondo de la mente
un recuerdo que nunca se embalsama...
Una amapola roja que recama
las olas del trigal, navega ardiente
a plena luz: alma de adolescente
que los días marchitan con su llama.
La liana que muestra cariñosa
su abrazo pasionario, de la fosa
me brinda evocaciones: ¡de mi vida!...
Y emblemática y triste en mil regiones
vi una flor que del hálito impelida
fuga en el viento como las canciones...
LAS COPAS DEL ESTÍO
Las copas del Estío no ofrecen una esencia
que calme como tú la sed de la delicia,
como un olor de rosas me encanta la caricia
de tus queridos ojos de oscuridad de ausencia...
La alegría que sientes es la alegría mía,
y las tristezas mías en ti son tan frecuentes,
que el estribillo eterno de mi melancolía
es ver que estando juntos estamos siempre ausentes...
Y pensar que jamás recordarás mi vida,
¡que de una saudade sin nombre estás llenando!...
¡Pensar que te encontré por pasear mi herida
en una tarde triste que se iba deshojando!...
SUEÑO DE ARTE
Blanca estela dejaba el cisne blanco
en las mágicas aguas azuladas,
y en gallardas y suaves balanceadas
me mostraba la seda de su flanco.
Desde el césped frondoso de mi banco,
a la Milo de mármol enlazadas,
trepaban las volubles lanceoladas
a ocultar el divino brazo manco.
Armoniosa la tarde descendía
parpadeando su luz con agonía.
Ya la estrella de Venus fulguraba.
Y mirando unas flores abstraído
de repente salté muy sorprendido:
impaciente Pegaso ya piafaba.
TU CABELLERA
Tu cabellera tiene más años que mi pena,
¡pero sus ondas negras aún no han hecho espuma...!
Y tu mirada es buena para quitar la bruma
y tu palabra es música que el corazón serena.
Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena
como un libro de versos de una elegancia suma;
la magia de tu nombre como una flor perfuma
y tu brazo es un brazo de lira o de sirena.
Tienes una apacible blancura de camelia,
ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia
la princesa romántica en el poema inglés;
¡y un corazón del oro... de la melancolía!
La mano del bohemio permite, amiga mía,
que arroje algunas flores humildes a tus pies.
NUESTRA SEÑORA LA LUNA
La luna vertía
Su color de lágrima.
Por una avenida
De espesas acacias,
Llegaba a la orilla
Del agua estancada
La desconocida
Pareja que hablaba
De días pasados.
Una historia maga
De citas y besos,
Una historia clara
De alegres sonrisas.
Los cisnes soñaban...
La luna vertía
Su color de lágrima.
Hasta la avenida
De espesas acacias,
Llegaba otra noche
La voz apagada
De otra pareja.
El interrogaba,
Ella respondía...
Era una lejana
Historia de amores
Ya casi borrada,
Una historia turbia
Que tenía clara
La angustia presente,
El interrogaba...
La luna vertía
Su color de lágrima.
Otra vez de luna
La avenida blanca
Estaba desierta.
No turbaba nada
El tedio infinito.
Ni la historia maga
De citas y besos,
Ni aquella lejana
Historia de amores
Ya casi borrada.
Estaba desierta
La avenida blanca.
La luna vertía
Su color de lágrima.
DILUCIDACIONES
Quizás la bondad única que recibí del Orbe
Es la de ver muy claro mi propia pequeñez.
El Ocaso de mi alma ni una mirada absorbe,
Ni una mejilla fresca baña de palidez.
Desvanecióse el ansia de la sabiduría
Desde que me visitan la Noche y el Dolor,
Yo no creo que un sabio pueda con su alegría
Borrar la certidumbre de un simple trovador.
Y todo lo que ahora conozco de la vida
Es que me encuentro triste de ser y de pensar...
Mi Musa es una sombra que guía mi partida
Con la fatal ceguera de una ola de la mar.
¿Qué escrutas, alma mía en esta eterna esfera
Si fuera de ti misma no tienes qué perder?
¿Por qué tornas los ojos, insólita viajera,
Si el llanto que tenías ya no te ha de volver?
Mis viejas ambiciones durmieron incoloras,
Mis sencillos afectos y mis odios también;
Y lejos de la playa de creencias sonoras
No sé mentir consuelos, ni quiero que me den.
Queda entre los recuerdos mi juventud amada
Que no ha de acompañarme con la desilusión,
No quiero buscar glorias ni quiero buscar nada,
¡Porque en cualquiera senda me pesa el corazón!
Me han familiarizado los días de fastidio
Con la idea rosada de tener que morir...
Yo no tengo Pegasos... Voy cansado al Exilio
¡Y no cantaré nunca la dicha de vivir!
Ernesto Noboa Caamaño
(1891-1927)
Ernesto Noboa Caamaño, de sus compañeros es el más directo y desgarrado, el más cordial en la expresión de sus vivencias. De “doloroso expresivismo” habló en su caso Benjamín Carrión. Su musicalidad es menos sutil que la de Fierro y menos armónica y rica que la de Borja, pero es más fácil y libre. En la mayor parte de su obra –y la más característica– el clima es gris y desolado. De un gris desvaído y triste. Y apenas hay clima en poemas como “A mi madre”, que es la nuda queja salmodiada. Cuando el clima se adensa –es el caso de “Emoción de una flauta en la noche” y “Luna de aldea” – es delicadamente nostálgico. Directo y siempre en tono de visceral confesión, Noboa apenas usa más recursos que los patéticos de interrogación, admiración, suspensión, repetición. Y los usa con gran espontaneidad. Y toda la imaginería participa de ese ser como interior, con mucho más de emocional y patético que de plástico.
EMOCION VESPERAL
(A MANUEL ARTETA, COMO A UN HERMANO)
Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día;
Emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía.
Aunque uno sepa que hasta los remotos
confines de los piélagos ignotos
le seguirá el cortejo de sus penas,
Y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
le tentarán las últimas sirenas.
PARA LA ANGUSTIA DE LAS HORAS
A MI MADRE
Para calmar las horas graves
del calvario del corazón
tengo tus tristes manos suaves
que se posan como dos aves
sobre la cruz de mi aflicción.
Para aliviar las horas tristes
de mi callada soledad
me basta… saber que tú existes!
y me acompañas y me asistes
y me infundes serenidad.
Cuando el áspid del hastío me roe,
tengo unos libros que son en
las horas cruentas mirra, aloe,
de mi alma débil el sostén:
Heme, Samain, Laforgue, Poe,
y sobre todo, mi Verlaine .
Y así mi vida se desliza
—sin objeto ni orientación—
doliente, callada, sumisa,
con una triste resignación,
entre un suspiro, una sonrisa,
alguna ternura imprecisa
y algún verdadero dolor...
RETRATO ANTIGUO
Tienes el aire altivo, misterioso y doliente
de aquellas nobles damas que retraté Pantoja:
los cabellos oscuros, la mirada indolente,
y la boca imprecisa, luciferina y roja.
En tus negras pupilas el misterio se aloja,
el ave azul del sueño se fatiga en tu frente,
y en la pálida mano que una rosa deshoja,
resplandece la perla de prodigioso oriente.
Sonrisa que fue ensueño del divino Leonardo,
ojos alucinados, manos de Fornarina,
porte de Dogaresa, cuello de María Estuardo,
Que parece formado—por venganza divina—
para rodar segado como un tallo de nardo,
como un ramo de lirios, bajo la guillotina.
EMOCIÓN DE UNA FLAUTA EN LA NOCHE
Una flauta solloza en la dormida
soledad de la noche silenciosa,
una flauta perdida,
misteriosa y doliente,
cuya voz aterida
viene como una blanca mariposa,
y se posa
en mi herida
dulcemente...
¡Vaga y desgarradora
melodía,
la que la flauta llora
en la noche sombría!
Ave ciega y oscura
del Sentimiento
que inspiraste el grito de ternura
que hasta mi corazón llega en el viento,
murmura
tus trémulas escalas
de secreta amargura
y pliega la fatiga de tus alas
sobre mi desventura.
Suene tu ritmo cadencioso y flébil
en la noche serena;
mi alma es también como una flauta débil
que gusta del amparo de la noche
para hacer el derroche
de su pena...
La flauta melodiosa
sigue tañendo lánguida su queja,
y se aleja... se aleja...
en la noche dormida y silenciosa...
LUNA DE ALDEA
Dulces juegos infantiles
en la plaza de la aldea,
bajo la luz de la luna,
sobre la alfombra de tierra.
Ellos y ellas, en un coro
alegres saltan y juegan;
ellos les buscan las manos
y ellas se dejan cogerlas.
Sopla cadenciosa y suave
la brisa de primavera
trayendo el agreste aroma
de las cercanas praderas.
¡Dulces juegos infantiles,
voces claras y sedeñas!
Una risa fresca y pura
se junta a otra pura y fresca.
Y en un rincón apartado
quizás una amante pareja
se inicia en el sufrimiento
con la caricia primera.
En la mitad de la plaza
hay una fuente de piedra
donde se baña la luna
como para ahogar su pena.
Vibra en la copa del aire
el son frágil de las cuerdas
de una guitarra cascada
y una voz que canturrea:
"La Virgen de los Dolores
vio mis lágrimas primeras;
yo le regalaba flores
para que tú me quisieras."
¡Dulces juegos infantiles,
voces claras y sedeñas,
y almas sencillas que lloran
por una esperanza muerta!
Suenan once campanadas
en el reloj de la iglesia,
la voz doliente se apaga,
los juegos alegres cesan.
Por la blancura apacible
de las angostas callejas,
ellos y ellas, de las manos,
a los hogares regresan.
Y en el silencio dormido
sobre la plaza desierta,
sólo la fuente y la luna
siguen rimando sus penas.
A ARTURO BORJA
La golondrina canta. ¡El poeta está muerto!
¡Oh, qué dulzura tiene el viento vespertino!
Parece que una inmensa flor azul ha entreabierto
su cáliz que perfuma lo eterno y lo divino.
Juan Ramón Jiménez
Para tu corazón que se consume
bajo tierra, como una inmensa rosa
hecha de amor, de sueño y de perfume,
trémula, sensitiva y melodiosa
se haga mi llanto luz. Y en esta hora
en que enmudece el labio dolorido,
se haga también de música sonora
para herir el silencio del Olvido.
Se unieron nuestras almas cierto día,
al fulgor de un crepúsculo abrileño,
por la santa virtud de la Poesía,
en el dolor, la duda y el ensueño.
Juntos seguimos la agostada senda,
entre sombras y cieno y aspereza,
y juntos aportamos nuestra ofrenda
de amor, ante el altar de la Belleza
¡cuántas veces tu mano bienhechora
que corona la angustia de la vida!
¡cuántas veces tu mano bienhechora
supo enjugar la sangre de mi herida!
Y cuántas, al sentir que de veneno
me llenaba un dolor que nada ensalma,
purifiqué mi corazón de cieno
en la castalia lírica de tu alma.
¡De qué vale llevar una ansia viva
de fe y amor y ser sincero y fuerte,
si la vida es tan sólo una furtiva
lágrima, en las pupilas de la Muerte!
Sólo he quedado en el sendero, hermano;
tú, abandonaste el duro cautiverio
por descorrer el velo de lo arcano,
sediento de infinito y de misterio.
Mi corazón, aislado, te reclama
ya que sus hondas penas compartiste,
siempre dando la lumbre de tu llama
y siempre noble y luminoso y triste.
Dolor, sueño y canción: tal la extinguida
llama en que ardió tu espíritu sediento,
sufrir, soñar, cantar: tal fue tu vida,
gris de dolor y azul de sentimiento.
Como una hostia, hacia Dios siempre elevaste
tu espíritu: la fe dormía en tu pecho;
y al desplegar las alas, exclamaste:
¡anima mea, fíat lux!... La luz se ha hecho.
Yo haré de mi alma una orientada perla
de llanto; y en la noche silenciosa
iré, doliente y trémulo, a verterla
como tributo póstumo en tu fosa.
5 a. m.
Gentes madrugadoras que van a misa de alba
y gentes trasnochadas, en ronda pintoresca,
por la calle que alumbra la luz rosada y malva
de la luna que asoma su cara truhanesca.
Desfila entremezclada la piedad con el vicio,
pañolones polícromos y mantos en desgarre,
rostros de manicomio, de lupanar y hospicio,
siniestras cataduras de sabbat y aquelarre.
Corre una vieja enjuta que ya pierde la misa,
y junto a una ramera de pintada sonrisa,
cruza algún calavera de jarana y tramoya...
Y sueño ante aquel cuadro que estoy en un museo,
y en caracteres de oro, al pie del marco, leo:
Dibujó este «Capricho» don Francisco de Goya.
VOX CLAMANS
Oigo en la sombra, a veces, una voz que me advierte:
poeta, entre tus ruinas, yérguete vencedor:
deja la flauta débil de tu canción inerte,
y alza el himno a la vida, al orgullo, al vigor.
Acalla tu secreto, sé fuerte con la muerte,
y oigo otra voz que clama: fuerte como el amor.
(En mi conciencia íntima no sé cuál es más fuerte,
si el gesto de la vida o el gesto destructor).
De súbito; en tumulto, cual luminosas teas,
en el cerebro atónito se encienden las ideas,
mas, cuando de su foco, como de ardiente pira,
va a levantar las notas del vigoroso canto,
como una flauta débil el corazón suspira,
y la canción se trueca por un raudal de llanto.
ARIA DEL OLVIDO
Mi corazón es como un cementerio
que pueblan las cruces de lo que he perdido...
¡lo que no ha sepultado el Misterio,
va teniendo que hacerlo el Olvido!
Fraternal cariño que hoy se pudre inerte,
ternuras lejanas, pasión extinguida;
a los unos, los segó la Muerte,
a los otros... los mató la Vida.
¡La vida que ofrece tenaz y alevosa
la miel en el fresco labio sonriente;
la muerte que llega, dulce y cautelosa,
con su paso humilde de reina haraposa
a darnos su beso de paz en la frente!
¡Ya todos sois idos, todos estáis yertos,
rostros bondadosos, labios compasivos;
llevadme vosotros, corazones muertos,
que me despedazan corazones vivos!
Mi alma está poblada, como un cementerio,
con las negras cruces de lo que he perdido;
¡lo que no ha sepultado el Misterio
va enterrando, piadoso, el Olvido!
DE AQUEL AMOR LEJANO
Ibas sobre la nave como una
sentimental princesa desterrada
que lamentase, triste y olvidada,
la volubilidad de la fortuna.
Con nostalgia de amor en la mirada
y palores cromáticos de luna,
pasabas largas horas en alguna
divagación romántica y alada.
Y a la luz del crepúsculo en derrota,
evocabas quizá la primavera
de nuestro amor ¡tan dulce y tan remota!
Y tu recuerdo ¡oh pálida viajera!
Se perdió, con la última gaviota
que llegó sollozando a mi ribera...
LAS DANAIDES
Hubo aroma de carnes femeniles,
ayes e imprecaciones de tormento,
y un bostezo de luz del firmamento
iluminó un milagro de perfiles.
Golpeó con ruido isócrono el acero
de una prora en la riba inconocida,
y escuchó la legión estremecida
el trágico ladrar de Cancerbero.
Con atributos de Censor supremo,
desde la cima de un abrupto monte,
dictaminó el castigo Triptolemo;
mientras sobre el fangal del Aqueronte,
en un esfume gris, al son del remo,
se alejaba la barca de Caronte.
NOSTALGIA
Ante la ciudad dormida
bajo la luna sedeña,
mi pobre alma dolorida
olvida
y sueña.
Un astro me está llamando
con su trémula mirada,
y el alma está contemplando
extasiada
y sollozando
su llamada.
Y sueña ante los reflejos
del rubio astro vagabundo:
¡partir al fin!... ¡lejos, lejos
de este mundo!
Olvidado de amarguras
y terrenales ternuras,
ya no sentir ni pensar,
¡tener dos alas oscuras...
y volar!
Ante la ciudad dormida
bajo la luna sedeña,
¡oh, pobre alma dolorida,
sueña, sueña,
olvida, olvida...!
Medardo Ángel Silva
(1898-1919)
Medardo Ángel Silva se abrió a la poesía bajo el alto patrocinio formal de Rubén Darío, que le enseñó musicalidad sonora y, algo, exotismo de los motivos, y de Herrera y Reissig, maestro de perfección y contención líricas. Pero la sustancia espiritual la tomó de otros lados; de la poesía francesa de finales de siglo: Mallarmé, Verlaine, Rimbaud, Samain; Baudelaire, sobre todo. Y en América, Amado Nervo. Con todo ello, tanto el espectro temático como el registro sonoro del poeta fueron más amplios que los de sus compañeros de promoción, y espectro y registro se abrían a luminosos horizontes cuando un absurdo accidente segó la vida del poeta a los veintiún años.
De 1915 es el libro de madurez del poeta, El árbol del bien y del mal. Dominio del movimiento estrófico, fina captación sensorial y certera metáfora de cuño modernista se ponen al servicio de una lírica de entrañable humanismo y cálida ternura (“Aniversario”). A partir de ese nivel formal y tono se darían ahondamientos y vuelos. En las “Estancias”, al mundo brillante, sensual y sibarita del modernismo de moda (en Ecuador, porque en América declinaba ya), se sobrepone un mundo más extraño y abisal -obscuras llamadas de infancia, vivencias religiosas de culpa y expiación, un amor saturnal-, que afonda hasta la Estancia XIV, agitada por ese hálito de que sólo son capaces los grandes poetas. A partir de entonces, variaron los motivos, pero el tono fue sostenido y la forma tuvo la coherencia de un estilo. Decidieron de la grandeza de los poemas obscuros llamados o altas iluminaciones. En los momentos de mayor plenitud el poeta se asomó por encima de su facilidad formal, a simas, casi siempre religiosas, sombrías y desasosegantes. Así “El cazador” o ese verso, alto y hondo, de la “Epístola” a Arturo Borja, que tiene algo de dantesco: “Tú, que ves la increada luz del alba que ciega”. De allí se abrió el canto, acaso tras las huellas de Walt Whitman, a un discurso lírico de amplio módulo y exaltado tono. De los dolores personales, a júbilos patrióticos. Esta etapa fue la que truncó, apenas iniciada, su prematura partida. La hermana tornera, que el poeta dijera, le cayó encima, impaciente, cuando él templaba su instrumento para himnos de oro y vibrantes dianas a la aurora triunfal.
EPÍSTOLA
Al espíritu de Arturo Borja.
Hermano, que a la diestra del padre Verlaine moras
y por siglos contemplas las eternas auroras
y la gloria del Paracleto,
un mensaje doliente mi cítara te envía,
en el cuello de nieve de la alondra del día,
cuyo pico humedecen las mieles del Himeto.
Ya no se oye la voz de la siringa agreste,
ni el vuelo de palomas rasga el vuelo celeste,
ni el traficante escucha la flauta del Panida;
los augures predicen la extinción de la raza:
Sagitario hacia el Cisne con su flecha amenaza;
pronto será la estirpe del Arcade extinguida.
Sobre el mar, del que un día olímpico deseo
hizo surgir, como una perla rosa,
el cuerpo de Afrodita victoriosa,
hoy, sólo de Mercurio se ha visto el caduceo.
Los sacerdotes jóvenes del melodioso rito
que han consultado el áureo libro de lo Infinito
y escuchado la música de las constelaciones,
recibieron los dardos de arqueros mercenarios;
y los viejos cruzados se yerguen solitarios
en el azul, lo mismo que mudos torreones.
Tú, que ves la increada luz del alba que ciega,
tú que probaste el agua de la Hipocrene griega,
ruega al Supremo Numen por la estirpe de Pan,
Mientras Zoilo sonríe, en la sombra conspira.
Tal la postrera fase que solloza la Lira,
Nuestros dioses se van. Nuestros dioses se van.
ANIVERSARIO
¡Hoy cumpliré veinte años. Amargura sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre;
de razonar con lógica y proceder según
los Sanchos, profesores del sentido común!
¡Me son duros mis años y apenas si son veinte-
ahora se envejece tan prematuramente;
se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos
que repentinamente nos encontramos viejos
en frente de las sombras, de espaldas a la aurora
y solos con la esfinge siempre interrogadora!
¡Oh madrugadas rosas, olientes a campiña
y a flor virgen! -entonces estaba el alma niña-,
y el canto de la boca fluía de repente
y el reír sin motivo era cosa corriente.
Iba a la escuela por el más largo camino
tras dejar, soñoliento, la sábana de lino
y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga
sólo al pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga
de pupilas azules y rubia cabellera
que velaba los sueños desde la cabecera.
Aunque íbamos despacio, al fin la callejuela
acababa y estábamos enfrente de la escuela
con el "Mantilla" bien oculto bajo el brazo;
y haciendo, en el umbral, mucho más lento el paso,
y entonces era el ver la calle más bonita,
más de oro el sol, más fresca la alegre mañanita.
Y después, en el aula con qué mirada inquieta
se observaban las huellas rojas de la palmeta
sonriendo, no sin cierto medroso escalofrío,
de la calva del dómine y su ceño sombrío…
Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?...
¡Hay tanto que observar en los negros rincones!
y, además, es mejor contemplar los gorriones
en los nidos; seguir el áureo derrotero
de un rayito de sol o el girar bullanguero
de un insecto vestido de seda rubia o una
mosca de vellos de oro y alas de color de luna.
¡El sol es el amigo más bueno de la infancia!
¡Nos miente tantas cosas bellas a la distancia!
¡Tiene un brillar tan lindo de onza nueva! ¡Reparte
tan bien su oro que nadie se queda sin su parte!
Y por él no atendíamos a las explicaciones;
Ese brujo Aladino evocaba visiones
de las Mil y una Noches, de las Mil Maravillas
y beodas de sueños, nuestras almas sencillas,
sin pensar, extendían sus manos suplicantes
como quien busca a tientas puñados de brillantes.
Oh, los líricos tiempos de la gorra y la blusa
y de la cabellera rebelde que rehúsa
la armonía de aquellos peinados maternales,
cuando íbamos vestidos de ropa nueva a Misa
dominical, y pese a los serios rituales,
al ver al monaguillo soltábamos la risa.
¡Oh, los juegos con novias de traje a las rodillas,
los besos inocentes que se dan a hurtadillas
a la bebé amorosa de diez o doce años,
y los sedeños roces de los rizos castaños
y las rimas primeras y las cartas primeras
que motivan insomnios y producen ojeras!...
¡Adolescencia mía: te llevas tantas cosas,
¡que dudo si ha de darme la juventud más rosas
y siento como nunca la tristeza sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre!...
¡Hoy no es la adolescente mirada y risa franca,
sinó el cansado gesto de precoz amargura,
y está el alma que fuera una paloma blanca,
triste de tantos sueños y de tanta lectura!
CABALGATA HEROICA
¡Redoblad, redoblad, tambores
Resonad, resonad, trompetas!
A vuestros redobles marciales, terribles, tambores
A vuestro clamor estridente, trompetas.
Walt Whitman
Huracán, resonad vuestras roncas trompetas.
Desnudad vuestras ígneas espadas, ¡relámpago!
Vuestros bélicos parches redoblad, ¡oh truenos!
Muchedumbre, ¡elevad vuestro acento oceánico!
Por los que vienen, con rumores de mar, a través de los siglos
las corazas fúlgidas, flameantes los vivos penachos
con las agudas lanzas goteando chispas,
¡como agujas de acero que ensartaran astros!
¡Ellos! Los pilotos del destino de América;
los que la gigante epopeya forjaron
en sonoros bronces de heroísmos:
pasan, con su altiva corona de bélicos actos
y es como un gran mar que a otro mar se encamina
y cuya presencia motiva los sublimes pánicos
y es como si Dios arrojara a la tierra
sus iracundos ángeles, ¡sembradores de estragos!
A vuestras unánimes dianas, trompetas matinales;
clarines, a vuestro grito armonizado;
retiemble el plafond de la celeste bóveda,
¡como el rumor de una cabalgata de centauros!
Y las desnudas espadas flameantes;
y el carraspeo de los tambores, áspero;
y los rostros soberbios de sagrada cólera;
y los corceles parecidos a leopardos:
El heroico tumulto resonante y magnífico,
mirad, hombres tristes, meditabundos pálidos,
buscadores de infinito,
nefelibatas inspirados,
que auscultáis los interiores abismos,
presos de divino pasmo:
ved el regreso de águilas y cóndores
y vuestro sol de oro, americanos.
Que aviven sus alientos las moribundas lámparas
de vuestros corazones, de hastío colmados;
que su verbo de llama encienda,
en vuestros espíritus débiles, el fuego sacro;
y temple su forja nuestros sueños floridos;
fortalezca su antiguo vigor nuestros miembros lasos;
cuando torne a través de los épicos siglos de lucha,
¡la heroica falange que revive los triunfos lejanos!
Una vez más sientan los Andes los pies de la raza
y sea de nuevo el ademán estupefacto,
mudo asombro ante el prodigio,
que vieron Pichincha y Chimborazo,
¡a los conductores del alma de América!
Del piélago Sur al Atlántico
hombres mundonovistas: sonó la hora de dar un divino,
un sublime, formidable espectáculo,
al decrépito siglo podrido de malos ensueños
y a los ojos puros de los astros.
CANCIÓN DE LOS QUINCE AÑOS
Son los quince abriles como quince rosas
con rocíos claros de maga alegría.
¡Corazón que tiene, cual las mariposas
alas de azul y oro de la fantasía!
Cada frase tiene la gracia de un verso;
olor a jazmines el cabello efluvia,
compendian ese fragante universo
las flores, el ave, la muñeca rubia...
Son los quince abriles como quince rosas
divinas, robadas a un albo bouquet;
tener un anhelo de imposibles cosas
y ruborizarse sin saber por qué...
EL ALMA EN LOS LABIOS
Para mi amada
Cuando de nuestro amor la llama apasionada,
dentro de tu pecho amante contemples extinguida,
ya que sólo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes me arrancaré la vida.
Porque mi pensamiento lleno de este cariño,
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
lejos de tus pupilas es triste como un niño,
que se duerme soñando en tu acento de arrullo.
Para envolverte en besos quisiera ser el viento,
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento,
para poder estar más cerca de tu boca.
Vivo de tu palabra y eternamente espero,
llamarte mía como quien espera un tesoro.
Lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero,
y besando tus cartas ingenuamente lloro.
Perdona que no tenga palabras con que pueda,
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda,
rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda,
¡dejar mi palpitante corazón que te adora!
A FLOR DE LABIOS
Mi musa: toda ingenua, por ser joven,
se yergue melodiosa sobre un plinto.
Gusta de los jazmines que la arroben
y de los novilunios de jacintos.
Tiene los cisnes del ensueño,
bienes azules de los cielos y las nubes;
un jardín otoñal para Jiménez,
y para Nervo un coro de querubes.
Y ama el éxtasis: palmas y martirios,
las letanías, el celeste coro;
tiene para María blancos lirios,
y para Pedro, ¡las trompetas de oro!