"Femina Ridens" ("The Frightened woman" en el mercado anglosajón) es una de las numerosas rara avis que brotaron como setas en la segunda mitad de los años sesenta dentro del negociado pop. Dirigida por el italiano Piero Schivazappa en 1969 es casi un tête-à-tête entre sus dos actores protagonistas -el francés Philippe Leroy, aquí una escultura cincelada por los clásicos, de una imagen homoerótica innegable y la sueca Dagmar Lassander, dulce y apocada en un principio para tornarse casi mantis religiosa conforme avanza el metraje.
Tal y como refleja la sinopsis asistimos
"A la última subyugación de una mujer en pos de servir los más
retorcidos deseos de un hombre, donde los más sucios impulsos terminarán
en un mortal desenlace.
María se convierte en la muñeca
sexual viviente del Doctor Sayer, cuyo máximo placer es el deleite que
obtiene asesinando mujeres en el momento de llegar al orgasmo. La
creciente campaña de degradación de Sayer empuja a María hacia la
muerte, pero el hechizo con el que ésta, poco a poco, somete al Doctor
conducirá la trama a un desenlace sorprendente "
Somos
pues espectadores de una historia de dominación. Una dominación de ida y
vuelta, en la que los personajes mutan hasta mostrar su condición
verdadera. Lo malsano y lo turbio acaba por ir directamente relacionado
con la ingenuidad y la pureza estética. A su vez, todo ello viene
revestido de un envoltorio casi futurista (las pinturas pop-art del matrimonio Jean Tinguely/Niki Saint Phalle, los diseños de Giuseppe Capogrossi, las esculturas de Pier Olor Ultvedt...), trufado de divertidos gadgets (el auto-lancha anfibio, el mobiliario de la guarida de Leroy, la cueva clitoridiana...) para terminar siendo nada más -y nada menos- que un hermoso y trágico cuento moral de moderna factura.
Pero vayamos al asunto del hilo. La partitura musical del maestro Stelvio Cipriani. A partir de las habituales variaciones melódicas -en forma de Vals, de Fuga, de un Shake- Cipriani nos ofrece un tratado de polisémico significado. Posée, como los grandes, la notable cualidad consistente en
ilustrar mediante música los distintos estados de los personajes y la
trama, tanto la depravación y el deseo como la desvalidez y la
humillación. Incluso -y supongo que ésto, para los puristas de la música
para películas será apuntado en el debe- llega a sublimarlos. Huelga decir lo que para uno supone.
Hasta en las concesiones -el inevitable tema central, un espléndido "Femina Ridens" cantado por Olympia-
nos acomoda plácidamente para ese viaje que consiste en el tránsito
cuasi narcótico de un estado a otro. Siempre, ya se ha dicho, con una
facilidad melódica inusual, con un fluido timing instrumental
para conseguir, finalmente, hacernos olvidar las costuras de la trama.
Aquello que una vez quizás fuese escandaloso y que el paso del tiempo ha
terminado por convertir en algo tierno, casi anacrónico. También muy
hermoso.
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