El varón que tiene corazón de lis,
Alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbia, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros
Fueron destrozados.
Los duros colmillos dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera enorme,
que al verle se lanzó feroz contra él.
Francisco, con su dulce voz, alzando la mano,
al lobo furioso dijo: -¡Paz, hermano Lobo!”
El animal contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: -“¡Está bien, hermano Francisco!”
“¡Cómo! -exclamó el santo-, ¿Es ley que tú vivas de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico,
el duelo y espanto que esparces,
el llanto de los campesinos,
el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¡Te ha infundido acaso su rencor eterno Luzbel o Belial?”
Y el gran lobo, humilde:
-“¡Es duro el invierno,
Y es horrible el hambre!
En el bosque helado no hallé qué comer;
y busqué el ganado,
y en veces cómi ganado y pastor.
¿La sangre?
Yo ví más de un cazador sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno ví
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre que iban a cazar!”
Francisco responde: -“En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!”
-“Está bien, hermano Francisco de Asís”.
-“Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.”
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: -“He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios.” -“¡Así sea!”,
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
El lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña:
Otra vez sintiese el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
-“En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote -dijo-, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.”
Como en sorda lucha, habló el animal,
La boca espumosa y el ojo fatal:
-“Hermano Francisco, no te acerques mucho…
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía;
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y de mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
Los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera;
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.”
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
Que era: “Padre nuestro, que estás en los cielos…”
Fin
Alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de Gubbia, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros
Fueron destrozados.
Los duros colmillos dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de corderillos.
Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera enorme,
que al verle se lanzó feroz contra él.
Francisco, con su dulce voz, alzando la mano,
al lobo furioso dijo: -¡Paz, hermano Lobo!”
El animal contempló al varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: -“¡Está bien, hermano Francisco!”
“¡Cómo! -exclamó el santo-, ¿Es ley que tú vivas de horror y de muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico,
el duelo y espanto que esparces,
el llanto de los campesinos,
el grito, el dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¡Te ha infundido acaso su rencor eterno Luzbel o Belial?”
Y el gran lobo, humilde:
-“¡Es duro el invierno,
Y es horrible el hambre!
En el bosque helado no hallé qué comer;
y busqué el ganado,
y en veces cómi ganado y pastor.
¿La sangre?
Yo ví más de un cazador sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno ví
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre que iban a cazar!”
Francisco responde: -“En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!”
-“Está bien, hermano Francisco de Asís”.
-“Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.”
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo: -“He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios.” -“¡Así sea!”,
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
El lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al valle,
entraba en las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña:
Otra vez sintiese el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores,
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a su furor jamás,
como si tuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos lo buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
-“En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote -dijo-, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.”
Como en sorda lucha, habló el animal,
La boca espumosa y el ojo fatal:
-“Hermano Francisco, no te acerques mucho…
Yo estaba tranquilo allá en el convento;
al pueblo salía;
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y de mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
Los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera;
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar.
como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.”
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
Que era: “Padre nuestro, que estás en los cielos…”
Fin
Comentarios acerca del poema “Los Motivos del Lobo”
Por: Rodolfo Pérez Rosales
Por: Rodolfo Pérez Rosales
Entre las composiciones poéticas favoritas del público destacan tres por el alto nivel técnico y capacidad histriónica que exigen del intérprete, y son: “El Brindis del Bohemio” de Guillermo Aguirre y Fierro, “La Chacha Micaila” de Antonio Guzmán Aguilera y “Los motivos del Lobo” de Rubén Darío. Lo poemas de la popular trilogía son igualmente extensos (cada uno supera los 150 versos) y dramáticos, y adoptan el modo narrativo. En tres distintos estados de ánimo, nos brindan pasajes intensamente emotivos, dignos de recordar con frecuencia, cuya frescura no se ha extinguido con el paso de los años. Los dos primeros pertenecen a autores mexicanos y difieren en carácter y lenguaje. El tercero se aparta considerablemente de los nacionales y se proyecta hacia la expresión universal. Puede clasificarse como un poema de raigambre religiosa porque está basado en la vida de un Santo. No obstante una exégesis del argumento revela la presencia de ideas originales aportadas por el autor. Este es uno de los propósitos del presente ensayo.
Se puede considerar que “Los Motivos del Lobo” pertenece a la etapa de madurez del autor, pues fue publicado en 1913, cuatro años antes de su muerte. No han faltado críticos que han atribuido algunos de sus mejores pasajes a la inspiración de Amado Nervo, merced a la influencia que éste ejerció sobre el poeta nicaragüense. Tal opinión no carece de base histórica, pero resulta muy controvertido. En la obra de Nervo no existen muchos paralelos con el representante del modernismo. Pese a la amistad que existió entre ambos, cada uno siguió sus propias directrices sin dejar de admirarse mutuamente. En mi opinión, Rubén Darío fue un bardo cosmopolita que supo amalgamar influencias propias y extrañas a tal grado que resulta vano tratar de establecer de donde proviene tal o cual idea. En toda su obra poética nunca deja de ser Rubén Darío.
Respecto al poema ya mencionado, es evidente que el nicaragüense se basó en uno de los milagros atribuidos a San Francisco de Asís. Se cuenta que una vez en la aldea de Gubbio (actualmente, territorio italiano) cuando transcurría el año de 1218, halló que un temible lobo tenía llenos de espanto a los humildes pastores de la comarca. El Santo Varón fue a platicar la bestia y le dijo así: “Hermano lobo, has hecho mucho mal en esta tierra; has destruido y matado criaturas de Dios sin su permiso. Merecerías por ello ser ahorcado como a un criminal. Todos los hombres claman contra ti, los perros te persiguen y los habitantes de la ciudad son tus enemigos; pero yo quiero hacer las paces entre tú y ellos. Si renuncias a tus perversos apetitos, en vez de cazarte con perros, los hombres de Gubbio te darán de comer. Pero tienes que prometer que no volverás a ofenderlos”. A partir de entonces, el lobo se convirtió en el compañero de juegos de los niños de Gubbio, y nunca más causó perjuicios a nadie. Esto es lo que nos dice la leyenda, pero el modernista fue mas allá de los hechos marcados por la tradición y otorgó al lobo cualidades cuasi humanas. Bajo la pluma de Darío la bestia llega a ocupar el papel protagonista dentro de un guión extraordinario. Un análisis de la estructura del poema arroja suficiente luz sobre las intenciones del bardo. Es indudable que éste se propuso modelar el pasaje ya descrito hasta dar origen a una composición verdaderamente portentosa, en la cual pueden distinguirse diversas escenas. Analizaremos cada una de ellas.
La primera entrevista entre San Francisco y el Lobo
La introducción nos da la tónica de la obra que sigue un esquema comparable al de una sonata, en la música. Desde los primeros versos se muestra la originalidad del bardo nicaragüense quien tuvo el acierto de crear un poema monumental basándose en un pasaje histórico relativamente sencillo. La composición consta de 160 versos rimados perfectamente en diferentes combinaciones métricas. No obstante estar escrito en modo narrativo, posee una musicalidad y un vigor poco comunes. Las partes más emotivas corresponden a la actuación de los personajes.
Al comenzar a leer el texto, el tiempo retrocede más de setecientos años. En el espacio aparece una aldea italiana caracterizada por un ambiente pastoril y envuelta en una tragedia. El pueblo de Gubbio está amenazado por un despiadado lobo y como nadie es capaz de vencerlo por medio de las armas, pretenden llegar a un acuerdo para establecer una paz duradera. El hombre designado para cumplir esta misión es San Francisco de Asís, quien va a la montaña para platicar con la bestia. Desde el comienzo de la entrevista el cánido deja de ser el mítico lobo de Gubbio para transformarse en el lobo glorioso de Rubén Darío. Después de que el animal recibe a San Francisco de un modo agresivo, sorprendentemente se torna humilde y comprensivo. Es ya una bestia con actitudes de ser humano.
El Santo Varón lo acusa de sembrar la muerte, el dolor y el espanto entre las criaturas del Señor. El lobo es comparado con un criminal inspirado por fuerzas diabólicas. Pero también tiene razones muy poderosas para comportarse de esa manera. Responde a cada una de las acusaciones e inesperadamente asume la función de un fiscal y reprueba lo que considera inmoral en los actos humanos. El animal arguye la inclemencia del invierno y la escasez de alimentos en el bosque. El azote del hambre lo impulsa a devorar a cuanto animal se encuentre a su paso. La víctima puede ser el hombre mismo. Sólo respeta una norma: nunca ha derramado sangre si no es para satisfacer su apetito. En cambio, ha observado que los cazadores hieren y torturan animales del bosque por el único placer de cazar. San Francisco apoya el argumento del lobo haciendo una clara alusión al pecado original del hombre y a la ausencia de pecado en el interior de las bestias.
El Pacto
Resulta muy interesante estimar el papel que desempeña el Santo de Asís. Por un lado, actúa como emisario de los pastores, y en el otro extremo, difunde su doctrina cristiana al predicar la hermandad entre los seres y las cosas. A veces fustiga enérgicamente al lobo en favor de los intereses del hombre, pero también acepta las razones de aquél. Situado en medio del conflicto, considera pertinente establecer un pacto de fraternidad, conforme a su prédica. Así, asumiendo una posición neutral, soluciona con aparente facilidad una situación delicada: ofrece comida al lobo a cambio de paz. Es los más justo para ambos bandos. La bestia acepta tal condición casi sin chistar. De este modo nace un pacto de no agresión.
La promesa en favor de la paz queda sellada legalmente cuando la mano del Varón estrecha una de las patas delanteras del cánido. Después del saludo ambos personajes caminan juntos con destino a Gubbio. Desde el momento en que hicieron las paces, el lobo se transformó en un animal manso y bueno. Al caminar mantuvo su postura cuadrúpeda. Acompaño al Santo de Asís adoptando una actitud sumisa, casi servil. Sin muchos contratiempos llegaron a la aldea causando el asombro general entre los pobladores: ¡San Francisco ha domesticado a la ominosa fiera! ¡Qué acto tan grandioso! ¡Gracias a Dios, podremos vivir en paz! La gente presenció el desfile de los protagonistas experimentando una mezcla de alegría e incredulidad. La noticia se difundió ampliamente en toda la comarca. Los días de alarma y espanto habían llegado a su fin. Se vislumbraba una nueva era de tranquilidad y progreso. El odiado enemigo había aceptado vivir en el seno de la sociedad.
El Santo Varón pronunció un discurso en la plaza principal de Gubbio, sede simbólica de la civilización. Presentó al lobo como un amigo de los hombres. Además dio a conocer las reglas del pacto: la paz estaría garantizada mientras la bestia recibiera el sustento. Visto desde la perspectiva humana, no resultaba costoso el alimentar a una bestia. Por lo tanto, el precio de la paz era sumamente bajo. Había comida abundante en cada uno de los hogares. Con respecto al techo, el animal se iría a residir al convento construido por Francisco.
Al finalizar el discurso, los aldeanos prometieron cumplir con las disposiciones del convenio. Inclusive acogieron al feroz animal en medio de manifestaciones de júbilo. La bestia se mostró complacida por el trato inicial. Todo parecía indicar que la convivencia tendría éxito. Al instante de su ingreso en el convento el lobo comenzó su conversión a la doctrina y moral franciscanas.
La Estancia
En una docena de versos Rubén Darío describe las actividades de la bestia dentro de la sociedad. En el interior del convento, el lobo se propuso hacerle compañía al Santo Varón. Vivían con absoluta austeridad. Las oraciones eran cotidianas y con frecuencia entonaban salmos. La otrora abominable fiera, se conmovía con la dulzura de los cánticos religiosos. El claustro lo convirtió en un humilde creyente. Aunque no toda su vida se limitaba al convento. A menudo salía a pasear por las callejuelas o por los alrededores de Gubbio. Cuando tenía hambre tocaba la puerta de alguna casa para solicitar comida. Después de todo, gozaba de ese privilegio.
Hasta aquí, es conveniente analizar la actitud de los aldeanos. No obstante la existencia de un convenio que garantizaba la tranquilidad, en lo profundo de sus almas anidaba el recelo. No era fácil confiar en la palabra de una bestia; aquella misma que en diversas ocasiones les había infringido dolor, muerte y espanto, y que ahora se comportaba como un animalito manso y juguetón. El corazón humano aún destilaba odio y sigilosamente aguardaba el momento de la venganza.
La ausencia del Santo de Asís
La narración no explica cual fue el motivo por el que San Francisco se ausentó de la aldea. Tampoco menciona si antes de partir hizo algunas recomendaciones a los devotos. No sabemos cuanto tiempo estuvo fuera. Quizá fueron algunos meses. Tal circunstancia propició un cambio radical del panorama. Sin la presencia de un guía espiritual los hombres dieron rienda suelta a sus impulsos. Fácilmente quebrantaron las normas de convivencia y olvidaron los principios cristianos. Cayeron en las garras del vicio y del pecado como cuando Moisés ascendió a la cumbre del Sinaí. Lo más grave fue que pusieron en peligro el pacto con la bestia, quien fue objeto de burlas y humillaciones y que, debido al incumplimiento de las obligaciones contraídas, no tardaría en volver a atacar con el ímpetu de un huracán.
Todo lo que el autor omite deliberadamente en este pasaje será explicado por el lobo en su célebre discurso. Sólo queda bien clara la huida de la bestia hacia las montañas, con el consecuente retorno a la época del terror. En su estado nativo, el mítico animal volvió a asolar la región con furia inaudita, sembrando el horror y la muerte por doquier. Sus aullidos hicieron estremecer de espanto a los campesinos y pastores. Los rebaños fueron diezmados por sus garras afiladas. Nadie pudo dormir sin experimentar cierto temor. El lobo se propuso entablar una batalla sin tregua contra los hombres para castigarlos sin misericordia por sus faltas cometidas.
San Francisco vuelve a entrevistarse con el Lobo
Cuando la crisis había alcanzado su punto más crítico, San Francisco regresó a la aldea. Los gubbianos lo recibieron como si se tratara de un Mesías, pero no para aclamar su llegada sino para quejarse amargamente de la situación trágica por la que atravesaban. El lobo había vuelto “a las andadas”. Los hombres en su ceguera no parecían percatarse de que ellos mismos eran los únicos responsables de sus propias desdichas. Habían ofendido al noble animal hasta el cansancio y todavía se preguntaban porqué éste los atacaba impunemente. En la premura por solucionar el conflicto, los pastores aportaron pruebas de la maldad del lobo, quien los tenía arruinados materialmente y no les permitía dormir tranquilos. Ni las armas bastaban para acabar con la bestia demoniaca, que se complacía en destruirles. Ante el fracaso de sus tentativas, los aldeanos depositaron su confianza en San Francisco, quien era la única persona en la tierra capaz de convencer al lobo por segunda ocasión. No importaban las condiciones del convenio. Era urgente recuperar la paz a cualquier precio. En ese momento estaba por demás el dar explicaciones sobre la conducta propia.
Sin mucha demora, el Santo Varón se encaminó hacia la montaña para platicar con la bestia. Se sentía profundamente disgustado por la actitud del animal, a quien juzgaba culpable de la mala situación. Aun estaba lejos de imaginar la verdad. Cuando se aproximaba a la madriguera del cánido no lo hacía con la misma confianza de la primera vez. Incluso temía ser atacado. Pero era necesario pactar nuevamente de acuerdo a la misión que se le había encomendado. Esta vez, el Varón no empleó el tono amable del primer diálogo. Las circunstancias habían variado. Por lo que, en el nombre del Señor, reprochó con extrema dureza al lobo por su comportamiento. Asimismo, demandó una respuesta concreta por el supuesto incumplimiento del pacto: “¿Por qué has vuelto al mal? ¡Contesta! Te escucho.”
La narración nos dice que la bestia se encontraba realmente furibunda al grado de que estuvo a punto de atacar al visitante. Echaba espuma por las fauces y en los ojos brillaba un odio criminal. Aún así, la bestia respondió a lo que solicitaba el Santo de Asís mediante el célebre discurso donde expone sus motivos. El contenido del discurso se resume en 31 versos de gran calidad literaria. Sin duda nos estamos refiriendo a uno de los trozos más emotivos que se hayan escrito jamás en la poesía hispanoamericana. Es la parte medular del poema y funciona como una coda brillante y enérgica. La voz grave y estentórea del lobo parece retumbar en cada uno de los versos.
El Lobo pronuncia su discurso
Aquí se desentrañan muchos misterios acerca de lo que sucedió durante la ausencia de San Francisco. El lobo no podía mentir en sus aseveraciones pues se encontraba frente a una autoridad moral. En su estancia dentro del convento y en el seno de la civilización pudo advertir que la maldad era el sesgo característico de una sociedad decadente. Al principio se mostró complacido por el trato que recibía y por los derechos de que gozaba. Nunca le fue negado el techo ni la comida. A cambio de esto, la paz estuvo garantizada. Pero pronto la bestia pudo detectar que tras la aparente máscara de cortesía del hombre se encontraba la verdadera naturaleza humana. El pecado había corrompido las costumbres de los aldeanos.
Sin prejuicios, el lobo enumera los siete pecados capitales del hombre: envidia, saña, ira, odio, lujuria, infamia y mentira y los echa en cara de una humanidad perdida. También menciona a uno de los jinetes del Apocalipsis. Tal vez el más temible de todas las épocas: la guerra. En su tiempo, este pasaje profetizó el advenimiento del jinete sangriento (recordemos que “Los Motivos del Lobo” fue publicado en 1913, un año antes del inicio de la Primera Guerra Mundial). Más delante hay una clara alusión a la violencia entre cónyuges e hijos. En suma, nada escapó al escrutinio del suspicaz animal.
En los siguientes versos, Francisco se entera de la verdadera causa de la huida de la bestia y su retorno al mal. En realidad, cuando el Santo de Asís estuvo ausente, los hombres no tuvieron empacho en maltratar al pacífico animal, quien para entonces ya vivía con apego a la doctrina franciscana. La mayor ofensa para un soberbio es la humildad. Y ese fue el caso del lobo. Los aldeanos, ya corrompidos por el pecado, no soportaron ver a una criatura humilde la misma que antes les causara horror y espanto. Nada era tan exasperante como mirar que un lobo se comportara cual manso corderillo. No tuvieron la precaución de respetar a un animal, fiero por naturaleza. Las burlas y humillaciones de que fue objeto la bestia provocaron un retorno al estado nativo. El lobo, desnaturalizado por la civilización, recuperó su ferocidad y al regresar a su hábitat la lucha por la vida lo hizo ser todavía más agresivo, especialmente contra sus ofensores. Aún cuando el animal pareciera estar lleno de perversión, su maldad era casi insignificante comparada con la maldad humana.
Cuando el animal es expulsado de la aldea y retorna a las montañas, la necesidad de ganarse el sustento le impele a romper el pacto. Nada hay de raro en su actitud. Todo tiende a ser como al principio. El lobo debe matar si es que no quiere morir de inanición y lo que menos importa es la víctima. Otros animales del bosque también luchan por preservar su especie. En resumidas cuentas, el feroz cánido vuelve a respirar el aire de la libertad y prefiere quedarse a vivir en el bosque y en la montaña. No hay nada comparable a la tierra natal, por inhóspita que ésta sea. Desde luego, la renuencia de la bestia a regresar a la civilización se debe a la aversión que siente por la maldad del hombre. Tampoco acepta la propuesta del Santo de Asís para seguirle como discípulo suyo. Según la mítica bestia, ya no hay de que hablar. Y pide al hermano Francisco que se retire para siempre.
Epílogo
Es verdaderamente conmovedora la actitud de San Francisco de Asís cuando experimenta la amargura de la derrota. Aún así, comprende que no hay más alternativas. Sencillamente el lobo tiene razón. Su segunda misión en las montañas ha concluido con un rotundo fracaso. Todavía, en un acto de incredulidad, mira fijamente a la bestia. Mas sus labios no pronuncian palabra alguna. Avergonzado, da la media vuelta para que el animal no pueda ver las lágrimas que amenazan con brotar incontenibles. El Santo Varón se siente abrumado por el peso de la impotencia. Emprende el regreso, con rostro abatido y paso incierto. Buscando un consuelo a sus pesares evoca una vieja oración, la más hermosa y profunda de cuantas se conozcan: el Padre Nuestro. Aún con lágrimas en los ojos, dirige su mirada al cielo y pronuncia, con voz trémula, el primer verso de la oración que simultáneamente es el último verso de “Los motivos del Lobo”... Después de setecientos setenta y siete años siguen escuchándose por los bosques de Italia, las oraciones de San Francisco de Asís. De allí se difunden a todos los confines del mundo. De súbito, parece que se oyen reminiscencias de una voz ronca. Tal vez se trata de la voz del mítico lobo de Gubbio, el lobo que un día se atrevió a dirigir su palabra a los hombre.
Se puede considerar que “Los Motivos del Lobo” pertenece a la etapa de madurez del autor, pues fue publicado en 1913, cuatro años antes de su muerte. No han faltado críticos que han atribuido algunos de sus mejores pasajes a la inspiración de Amado Nervo, merced a la influencia que éste ejerció sobre el poeta nicaragüense. Tal opinión no carece de base histórica, pero resulta muy controvertido. En la obra de Nervo no existen muchos paralelos con el representante del modernismo. Pese a la amistad que existió entre ambos, cada uno siguió sus propias directrices sin dejar de admirarse mutuamente. En mi opinión, Rubén Darío fue un bardo cosmopolita que supo amalgamar influencias propias y extrañas a tal grado que resulta vano tratar de establecer de donde proviene tal o cual idea. En toda su obra poética nunca deja de ser Rubén Darío.
Respecto al poema ya mencionado, es evidente que el nicaragüense se basó en uno de los milagros atribuidos a San Francisco de Asís. Se cuenta que una vez en la aldea de Gubbio (actualmente, territorio italiano) cuando transcurría el año de 1218, halló que un temible lobo tenía llenos de espanto a los humildes pastores de la comarca. El Santo Varón fue a platicar la bestia y le dijo así: “Hermano lobo, has hecho mucho mal en esta tierra; has destruido y matado criaturas de Dios sin su permiso. Merecerías por ello ser ahorcado como a un criminal. Todos los hombres claman contra ti, los perros te persiguen y los habitantes de la ciudad son tus enemigos; pero yo quiero hacer las paces entre tú y ellos. Si renuncias a tus perversos apetitos, en vez de cazarte con perros, los hombres de Gubbio te darán de comer. Pero tienes que prometer que no volverás a ofenderlos”. A partir de entonces, el lobo se convirtió en el compañero de juegos de los niños de Gubbio, y nunca más causó perjuicios a nadie. Esto es lo que nos dice la leyenda, pero el modernista fue mas allá de los hechos marcados por la tradición y otorgó al lobo cualidades cuasi humanas. Bajo la pluma de Darío la bestia llega a ocupar el papel protagonista dentro de un guión extraordinario. Un análisis de la estructura del poema arroja suficiente luz sobre las intenciones del bardo. Es indudable que éste se propuso modelar el pasaje ya descrito hasta dar origen a una composición verdaderamente portentosa, en la cual pueden distinguirse diversas escenas. Analizaremos cada una de ellas.
La primera entrevista entre San Francisco y el Lobo
La introducción nos da la tónica de la obra que sigue un esquema comparable al de una sonata, en la música. Desde los primeros versos se muestra la originalidad del bardo nicaragüense quien tuvo el acierto de crear un poema monumental basándose en un pasaje histórico relativamente sencillo. La composición consta de 160 versos rimados perfectamente en diferentes combinaciones métricas. No obstante estar escrito en modo narrativo, posee una musicalidad y un vigor poco comunes. Las partes más emotivas corresponden a la actuación de los personajes.
Al comenzar a leer el texto, el tiempo retrocede más de setecientos años. En el espacio aparece una aldea italiana caracterizada por un ambiente pastoril y envuelta en una tragedia. El pueblo de Gubbio está amenazado por un despiadado lobo y como nadie es capaz de vencerlo por medio de las armas, pretenden llegar a un acuerdo para establecer una paz duradera. El hombre designado para cumplir esta misión es San Francisco de Asís, quien va a la montaña para platicar con la bestia. Desde el comienzo de la entrevista el cánido deja de ser el mítico lobo de Gubbio para transformarse en el lobo glorioso de Rubén Darío. Después de que el animal recibe a San Francisco de un modo agresivo, sorprendentemente se torna humilde y comprensivo. Es ya una bestia con actitudes de ser humano.
El Santo Varón lo acusa de sembrar la muerte, el dolor y el espanto entre las criaturas del Señor. El lobo es comparado con un criminal inspirado por fuerzas diabólicas. Pero también tiene razones muy poderosas para comportarse de esa manera. Responde a cada una de las acusaciones e inesperadamente asume la función de un fiscal y reprueba lo que considera inmoral en los actos humanos. El animal arguye la inclemencia del invierno y la escasez de alimentos en el bosque. El azote del hambre lo impulsa a devorar a cuanto animal se encuentre a su paso. La víctima puede ser el hombre mismo. Sólo respeta una norma: nunca ha derramado sangre si no es para satisfacer su apetito. En cambio, ha observado que los cazadores hieren y torturan animales del bosque por el único placer de cazar. San Francisco apoya el argumento del lobo haciendo una clara alusión al pecado original del hombre y a la ausencia de pecado en el interior de las bestias.
El Pacto
Resulta muy interesante estimar el papel que desempeña el Santo de Asís. Por un lado, actúa como emisario de los pastores, y en el otro extremo, difunde su doctrina cristiana al predicar la hermandad entre los seres y las cosas. A veces fustiga enérgicamente al lobo en favor de los intereses del hombre, pero también acepta las razones de aquél. Situado en medio del conflicto, considera pertinente establecer un pacto de fraternidad, conforme a su prédica. Así, asumiendo una posición neutral, soluciona con aparente facilidad una situación delicada: ofrece comida al lobo a cambio de paz. Es los más justo para ambos bandos. La bestia acepta tal condición casi sin chistar. De este modo nace un pacto de no agresión.
La promesa en favor de la paz queda sellada legalmente cuando la mano del Varón estrecha una de las patas delanteras del cánido. Después del saludo ambos personajes caminan juntos con destino a Gubbio. Desde el momento en que hicieron las paces, el lobo se transformó en un animal manso y bueno. Al caminar mantuvo su postura cuadrúpeda. Acompaño al Santo de Asís adoptando una actitud sumisa, casi servil. Sin muchos contratiempos llegaron a la aldea causando el asombro general entre los pobladores: ¡San Francisco ha domesticado a la ominosa fiera! ¡Qué acto tan grandioso! ¡Gracias a Dios, podremos vivir en paz! La gente presenció el desfile de los protagonistas experimentando una mezcla de alegría e incredulidad. La noticia se difundió ampliamente en toda la comarca. Los días de alarma y espanto habían llegado a su fin. Se vislumbraba una nueva era de tranquilidad y progreso. El odiado enemigo había aceptado vivir en el seno de la sociedad.
El Santo Varón pronunció un discurso en la plaza principal de Gubbio, sede simbólica de la civilización. Presentó al lobo como un amigo de los hombres. Además dio a conocer las reglas del pacto: la paz estaría garantizada mientras la bestia recibiera el sustento. Visto desde la perspectiva humana, no resultaba costoso el alimentar a una bestia. Por lo tanto, el precio de la paz era sumamente bajo. Había comida abundante en cada uno de los hogares. Con respecto al techo, el animal se iría a residir al convento construido por Francisco.
Al finalizar el discurso, los aldeanos prometieron cumplir con las disposiciones del convenio. Inclusive acogieron al feroz animal en medio de manifestaciones de júbilo. La bestia se mostró complacida por el trato inicial. Todo parecía indicar que la convivencia tendría éxito. Al instante de su ingreso en el convento el lobo comenzó su conversión a la doctrina y moral franciscanas.
La Estancia
En una docena de versos Rubén Darío describe las actividades de la bestia dentro de la sociedad. En el interior del convento, el lobo se propuso hacerle compañía al Santo Varón. Vivían con absoluta austeridad. Las oraciones eran cotidianas y con frecuencia entonaban salmos. La otrora abominable fiera, se conmovía con la dulzura de los cánticos religiosos. El claustro lo convirtió en un humilde creyente. Aunque no toda su vida se limitaba al convento. A menudo salía a pasear por las callejuelas o por los alrededores de Gubbio. Cuando tenía hambre tocaba la puerta de alguna casa para solicitar comida. Después de todo, gozaba de ese privilegio.
Hasta aquí, es conveniente analizar la actitud de los aldeanos. No obstante la existencia de un convenio que garantizaba la tranquilidad, en lo profundo de sus almas anidaba el recelo. No era fácil confiar en la palabra de una bestia; aquella misma que en diversas ocasiones les había infringido dolor, muerte y espanto, y que ahora se comportaba como un animalito manso y juguetón. El corazón humano aún destilaba odio y sigilosamente aguardaba el momento de la venganza.
La ausencia del Santo de Asís
La narración no explica cual fue el motivo por el que San Francisco se ausentó de la aldea. Tampoco menciona si antes de partir hizo algunas recomendaciones a los devotos. No sabemos cuanto tiempo estuvo fuera. Quizá fueron algunos meses. Tal circunstancia propició un cambio radical del panorama. Sin la presencia de un guía espiritual los hombres dieron rienda suelta a sus impulsos. Fácilmente quebrantaron las normas de convivencia y olvidaron los principios cristianos. Cayeron en las garras del vicio y del pecado como cuando Moisés ascendió a la cumbre del Sinaí. Lo más grave fue que pusieron en peligro el pacto con la bestia, quien fue objeto de burlas y humillaciones y que, debido al incumplimiento de las obligaciones contraídas, no tardaría en volver a atacar con el ímpetu de un huracán.
Todo lo que el autor omite deliberadamente en este pasaje será explicado por el lobo en su célebre discurso. Sólo queda bien clara la huida de la bestia hacia las montañas, con el consecuente retorno a la época del terror. En su estado nativo, el mítico animal volvió a asolar la región con furia inaudita, sembrando el horror y la muerte por doquier. Sus aullidos hicieron estremecer de espanto a los campesinos y pastores. Los rebaños fueron diezmados por sus garras afiladas. Nadie pudo dormir sin experimentar cierto temor. El lobo se propuso entablar una batalla sin tregua contra los hombres para castigarlos sin misericordia por sus faltas cometidas.
San Francisco vuelve a entrevistarse con el Lobo
Cuando la crisis había alcanzado su punto más crítico, San Francisco regresó a la aldea. Los gubbianos lo recibieron como si se tratara de un Mesías, pero no para aclamar su llegada sino para quejarse amargamente de la situación trágica por la que atravesaban. El lobo había vuelto “a las andadas”. Los hombres en su ceguera no parecían percatarse de que ellos mismos eran los únicos responsables de sus propias desdichas. Habían ofendido al noble animal hasta el cansancio y todavía se preguntaban porqué éste los atacaba impunemente. En la premura por solucionar el conflicto, los pastores aportaron pruebas de la maldad del lobo, quien los tenía arruinados materialmente y no les permitía dormir tranquilos. Ni las armas bastaban para acabar con la bestia demoniaca, que se complacía en destruirles. Ante el fracaso de sus tentativas, los aldeanos depositaron su confianza en San Francisco, quien era la única persona en la tierra capaz de convencer al lobo por segunda ocasión. No importaban las condiciones del convenio. Era urgente recuperar la paz a cualquier precio. En ese momento estaba por demás el dar explicaciones sobre la conducta propia.
Sin mucha demora, el Santo Varón se encaminó hacia la montaña para platicar con la bestia. Se sentía profundamente disgustado por la actitud del animal, a quien juzgaba culpable de la mala situación. Aun estaba lejos de imaginar la verdad. Cuando se aproximaba a la madriguera del cánido no lo hacía con la misma confianza de la primera vez. Incluso temía ser atacado. Pero era necesario pactar nuevamente de acuerdo a la misión que se le había encomendado. Esta vez, el Varón no empleó el tono amable del primer diálogo. Las circunstancias habían variado. Por lo que, en el nombre del Señor, reprochó con extrema dureza al lobo por su comportamiento. Asimismo, demandó una respuesta concreta por el supuesto incumplimiento del pacto: “¿Por qué has vuelto al mal? ¡Contesta! Te escucho.”
La narración nos dice que la bestia se encontraba realmente furibunda al grado de que estuvo a punto de atacar al visitante. Echaba espuma por las fauces y en los ojos brillaba un odio criminal. Aún así, la bestia respondió a lo que solicitaba el Santo de Asís mediante el célebre discurso donde expone sus motivos. El contenido del discurso se resume en 31 versos de gran calidad literaria. Sin duda nos estamos refiriendo a uno de los trozos más emotivos que se hayan escrito jamás en la poesía hispanoamericana. Es la parte medular del poema y funciona como una coda brillante y enérgica. La voz grave y estentórea del lobo parece retumbar en cada uno de los versos.
El Lobo pronuncia su discurso
Aquí se desentrañan muchos misterios acerca de lo que sucedió durante la ausencia de San Francisco. El lobo no podía mentir en sus aseveraciones pues se encontraba frente a una autoridad moral. En su estancia dentro del convento y en el seno de la civilización pudo advertir que la maldad era el sesgo característico de una sociedad decadente. Al principio se mostró complacido por el trato que recibía y por los derechos de que gozaba. Nunca le fue negado el techo ni la comida. A cambio de esto, la paz estuvo garantizada. Pero pronto la bestia pudo detectar que tras la aparente máscara de cortesía del hombre se encontraba la verdadera naturaleza humana. El pecado había corrompido las costumbres de los aldeanos.
Sin prejuicios, el lobo enumera los siete pecados capitales del hombre: envidia, saña, ira, odio, lujuria, infamia y mentira y los echa en cara de una humanidad perdida. También menciona a uno de los jinetes del Apocalipsis. Tal vez el más temible de todas las épocas: la guerra. En su tiempo, este pasaje profetizó el advenimiento del jinete sangriento (recordemos que “Los Motivos del Lobo” fue publicado en 1913, un año antes del inicio de la Primera Guerra Mundial). Más delante hay una clara alusión a la violencia entre cónyuges e hijos. En suma, nada escapó al escrutinio del suspicaz animal.
En los siguientes versos, Francisco se entera de la verdadera causa de la huida de la bestia y su retorno al mal. En realidad, cuando el Santo de Asís estuvo ausente, los hombres no tuvieron empacho en maltratar al pacífico animal, quien para entonces ya vivía con apego a la doctrina franciscana. La mayor ofensa para un soberbio es la humildad. Y ese fue el caso del lobo. Los aldeanos, ya corrompidos por el pecado, no soportaron ver a una criatura humilde la misma que antes les causara horror y espanto. Nada era tan exasperante como mirar que un lobo se comportara cual manso corderillo. No tuvieron la precaución de respetar a un animal, fiero por naturaleza. Las burlas y humillaciones de que fue objeto la bestia provocaron un retorno al estado nativo. El lobo, desnaturalizado por la civilización, recuperó su ferocidad y al regresar a su hábitat la lucha por la vida lo hizo ser todavía más agresivo, especialmente contra sus ofensores. Aún cuando el animal pareciera estar lleno de perversión, su maldad era casi insignificante comparada con la maldad humana.
Cuando el animal es expulsado de la aldea y retorna a las montañas, la necesidad de ganarse el sustento le impele a romper el pacto. Nada hay de raro en su actitud. Todo tiende a ser como al principio. El lobo debe matar si es que no quiere morir de inanición y lo que menos importa es la víctima. Otros animales del bosque también luchan por preservar su especie. En resumidas cuentas, el feroz cánido vuelve a respirar el aire de la libertad y prefiere quedarse a vivir en el bosque y en la montaña. No hay nada comparable a la tierra natal, por inhóspita que ésta sea. Desde luego, la renuencia de la bestia a regresar a la civilización se debe a la aversión que siente por la maldad del hombre. Tampoco acepta la propuesta del Santo de Asís para seguirle como discípulo suyo. Según la mítica bestia, ya no hay de que hablar. Y pide al hermano Francisco que se retire para siempre.
Epílogo
Es verdaderamente conmovedora la actitud de San Francisco de Asís cuando experimenta la amargura de la derrota. Aún así, comprende que no hay más alternativas. Sencillamente el lobo tiene razón. Su segunda misión en las montañas ha concluido con un rotundo fracaso. Todavía, en un acto de incredulidad, mira fijamente a la bestia. Mas sus labios no pronuncian palabra alguna. Avergonzado, da la media vuelta para que el animal no pueda ver las lágrimas que amenazan con brotar incontenibles. El Santo Varón se siente abrumado por el peso de la impotencia. Emprende el regreso, con rostro abatido y paso incierto. Buscando un consuelo a sus pesares evoca una vieja oración, la más hermosa y profunda de cuantas se conozcan: el Padre Nuestro. Aún con lágrimas en los ojos, dirige su mirada al cielo y pronuncia, con voz trémula, el primer verso de la oración que simultáneamente es el último verso de “Los motivos del Lobo”... Después de setecientos setenta y siete años siguen escuchándose por los bosques de Italia, las oraciones de San Francisco de Asís. De allí se difunden a todos los confines del mundo. De súbito, parece que se oyen reminiscencias de una voz ronca. Tal vez se trata de la voz del mítico lobo de Gubbio, el lobo que un día se atrevió a dirigir su palabra a los hombre.
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